Blogia
LND Especial Referéndum Constitución Europea

Opinión

CINCO MISTERIOS (Dalmacio Negro)

CINCO MISTERIOS (Dalmacio Negro) CINCO MISTERIOS

Lo normal sería examinar el texto llamado constitucional. Pero, sin necesidad de hojearlo, en el presente caso hay al menos cinco razones para votar “no” o abstenerse de votar, rechazando como tercera posibilidad el votar en blanco, que sería una forma ingenua de prestar asentimiento. Hay tal acumulación de misterios en torno a la Constitución europea, que hace sospechar de los fines que persigue la oligarquía política que controla el consenso socialdemócrata. Entre ellos los cinco siguientes.
El primer misterio consiste en que se llame pomposamente Constitución a lo que, jurídicamente, como es público y notorio, no es más que Tratado entre Estados. La única explicación de buena fe es que se haya hecho así inicialmente por imprudencia o error y luego no ha parecido prudente rectificar. La explicación política es que los gobiernos —la oligarquía partidocrática— quieran engañar con esa denominación a los pueblos con fines inconfesables. Es posible que Francia, la nación que manda en Europa, quiera aprovechar la ocasión para que se apruebe una “Constitución” que la favorece.
El segundo misterio, pasando por alto lo anterior, consiste en que, si según la doctrina constitucionalista vigente, no puede llamarse así, dado el procedimiento seguido, lo pertinente sería llamarlo Carta otorgada en vez de Constitución según la misma doctrina. Ésta es muy clara. Una Carta otorgada es un texto preconstitucional garantizando derechos fundamentales, que las Monarquías posteriores a la revolución francesa otorgaban voluntariamente para satisfacer las presiones populares. Es un acto unilateral por parte de los Monarcas u oligarcas soberanos para tranquilizar al pueblo, pero sin contar con él. La Constitución supone en cambio que el titular de la soberanía es el pueblo. Por tanto, hubiera debido convocarse expresamente una Asamblea constituyente europea que redactase el proyecto de Constitución, Esto no se ha hecho en el presente caso, proponiéndose a sí mismos como constituyentes los oligarcas. Únicamente podría alegarse como precedente la llamada Constitución española de 1978, que, en puridad, también es una Carta otorgada.
El tercer misterio atañe a la sustancia de la libertad política. Prescindiendo de las dos gravísimas informalidades anteriores, que invalidan el texto de pleno derecho, y la injuria política a los votantes de manipular descarada y chabacanamente las palabras, la inmensa mayoría de los españoles lo desconocen y necesitarían bastante tiempo y debates públicos auténticamente libres para enterarse vagamente de su contenido. Es como el tener que firmar un contrato sin leerlo: una coacción. ¿Pero no habla continuamente la clase política de talante, juego limpio, transparencia? ¿Por qué trata a los españoles —y a los demás europeos— como súbditos cuando siempre les llama ciudadanos?
4ª El cuarto misterio es la prisa del gobierno español en convocar el referéndum y la propaganda organizada con el consentimiento de los demás partidos políticos a favor del sí, utilizando de coartada las pequeñas formaciones políticas que aseguran que aconsejarán el voto negativo. En estas condiciones, si el gobierno no es neutral y quiere el aprobado rápido, será porque le interesa a él y a la clase política aunque no le convenga a España. Si no, no tiene explicación.
5ª El quinto misterio es político. El texto que se propone es más desventajoso para España que el anterior Tratado de Niza. Aunque el gobierno ha aceptado el cambio en perjuicio de los intereses españoles, debiera ser un motivo fundamental para que todos los partidos menos los antiespañoles se opusieran. Sin embargo, hasta el Partido Popular, que consiguió el acuerdo de Niza, pedirá el sí, cuando lo propio y elegante hubiera sido manifestar su deseo de que vote libremente cada uno lo que mejor le parezca.
A estas alturas no cabe hablar de torpezas, por lo que todo esto resulta muy misterioso. Sin embargo, no hay que ser optimistas: el gobierno y sus comparsas ganarán el referéndum y lo perderá el pueblo. Pues constituye casi una ley de la naturaleza que los gobiernos, que buscan legitimarse con los referenda, nunca los pierden. Sólo queda preguntarle catilinariamente a la clase política europea en general y a la española en particular: Quosque tandem abutere patientia nostra? (¿hasta cuando abusarás de nuestra paciencia?).

Dalmacio Negro es Catedrático de Ciencia Política

UN NO DEMOCRATICO, SOCIAL Y ETICO (Carlos Javier Galán)

UN NO DEMOCRATICO, SOCIAL Y ETICO (Carlos Javier Galán) UN NO DEMOCRÁTICO, SOCIAL Y ÉTICO (Carlos J. Galán)

El texto que, entre el general desconocimiento y una visible apatía ciudadana, se somete el domingo a referéndum —un tratado internacional al que, por estrategia política, los euroburócratas han decidido denominar Constitución—, va a merecer nuestro voto negativo. Por motivos éticos y políticos, por sentido democrático y por sentido social.
La llamada Constitución europea, prescindiendo de los brindis al sol, no deja ningún resquicio abierto, efectivo, real, a la democracia participativa. La primera democracia históricamente fue la democracia directa, mientras que las democracias formales que actualmente conocemos —meramente representativas y de partidos— nacieron, entre otros motivos, para dar solución a los problemas de una elevada población. Pero las nuevas tecnologías y una serie de realidades sociales emergentes facilitarán la demanda de una nueva democracia, la democracia del mañana. Los redactores del tratado han pensado más en blindar el negocio de los políticos actuales que en dejar puertas abiertas a una Europa del futuro donde los ciudadanos pudiéramos ver reconocida nuestra mayoría de edad política y en la que no siempre necesitemos tutores e intermediarios interesados.
Pero no sólo resulta que la Constitución europea no ha previsto ningún horizonte ambicioso, de más y mejor democracia. Es que ni siquiera ha trasladado a las instituciones comunitarias el limitadísimo esquema de los modelos nacionales. El parlamento europeo carecerá de iniciativa legislativa propia. El Consejo —órgano no elegido democráticamente por los ciudadanos— colegislará. En un debate reciente público, el representante socialista me recordaba que hasta ahora era aún peor, que el parlamento aumenta levemente su capacidad con este tratado. Ciertamente es así, pero no debemos conformarnos y, como es la primera vez que se dignan preguntarnos, no podemos avalar semejante modelo y entregar un cheque en blanco para que se siga haciendo política de espaldas a los ciudadanos.
La Constitución europea regula con detalle —hasta el aburrimiento a lo largo de centenares de artículos— todos los aspectos que interesan a los poderes económicos del continente, todo lo relacionado con lo que suele denominarse con ese eufemismo de “libre mercado”: la política monetaria, la política aduanera, la circulación de mercancías, la circulación de capitales, el establecimiento de empresas, el mundo financiero... Se eleva a rango constitucional una visión económicamente neoliberal, que prima por encima de las legislaciones nacionales, condicionadas por este imperativo mercantilista. Sin embargo, cuando se abordan los derechos sociales, no se pasa de la más pura generalidad y, además, expresamente se subordina “a la diversidad de prácticas nacionales” y a “la necesidad de mantener la competitividad de la economía de la Unión”. Seguirá habiendo un mercado único, pero no habrá un espacio social europeo.
El tratado no proclama el derecho a un trabajo digno al menos como desideratum, sino que se refiere al “derecho a trabajar” y a la “libertad para buscar un empleo”. No proclama la igualdad de mujer y hombre como un principio, sino como un objetivo que “deberá garantizarse”. No se impone un modelo de seguridad social público, sino una vaga posibilidad de acceso a prestaciones, que podrán ser privadas. No hay un inequívoco derecho universal a la salud que haya de ser garantizado por los poderes públicos, sino el ambiguo derecho a “acceder a la prevención sanitaria”. La nueva norma de la UE no considera que el pleno empleo sea un objetivo social, pensando en las personas, sino que adopta una visión puramente instrumental, cuyo objetivo es conseguir “mano de obra cualificada, formada, adaptable” para las empresas... Para qué seguir. Hasta los más moderados socialdemócratas deberían sonrojarse anta tan indisimulada exhibición de economicismo sin la más elemental sensibilidad social.
No hay que tener miedo a apostar por el voto negativo, a pesar del bombardeo mediático. Hace algunos meses, en una tertulia en torno a la Constitución europea en Madrid, manifestaba que la situación propagandística, el europeísmo acomplejado tan en boga, me recordaba enormemente a ese cuento de Andersen titulado “El traje nuevo del Emperador” (basado, por cierto, en el relato medieval de “Los hacedores de paño” de nuestro don Juan Manuel, porque España ya era Europa hace muchos siglos). El monarca se paseaba desnudo entre las multitudes, embaucado por unos pícaros. Le habían hecho creer que le habían confeccionado un traje mágico que sólo los tontos no veían. Nadie se atrevía a pasar por tonto y todo el mundo se deshacía en elogios hacia el inexistente traje, excepto un niño que destapó la evidencia: el rey va desnudo. Nos proponen una Constitución donde todo el que no ve sus maravillas, sus potencialidades, sus ventajas, es un antieuropeo y un retrógrado. Pero quizá tengamos que ser como ese niño aguafiestas y atrevernos a correr el riesgo de decir que el contenido de esta concreta Constitución es realmente infumable y que nos merecemos otra Europa diferente. A pesar de las advertencias apocalípticas del Gobierno, créannos: si saliera el “no”, no pasaría nada malo. Ni España quedaría fuera de Europa ni la Unión Europea se desintegraría. No perderían España ni Europa, como insistentemente asegura el Presidente del Gobierno. Perdería él una apuesta política pero, la verdad, la suerte de Rodríguez Zapatero no nos quita mucho el sueño. Y recibiría una llamada de atención la clase política de Bruselas por parte de los ciudadanos, pero eso, lejos de ser algo negativo, es, en este momento, una medida de elemental higiene política.
No son éstas, ni mucho menos, todas las causas para el “no”. Existe un amplio catálogo. Pero las aquí apuntadas pueden bastar para que el domingo apostemos por otro modelo de Europa. Una Europa de los ciudadanos y no sólo de los europolíticos. Una Europa unida en torno a valores y no sólo a intereses económicos. La Europa de las personas.

Carlos Javier Galán es concejal de Falange Auténtica

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar)

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar) A PESAR DE ELLOS… SÍ A EUROPA (Juan A. Aguilar)

El próximo día 20 de febrero los españoles acudirán a refrendar el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa (TCE). Durante estos meses previos de debate, la principal dificultad ha sido poder centrar la cuestión dentro de coordenadas estrictamente políticas. Lamentablemente, desde todos los sectores se ha falseado dicho debate político al mezclarlo con cuestiones filosóficas, religiosas, ideológicas, cuando no con situaciones de política interior absolutamente coyunturales. Por tanto, vaya por delante nuestra primera afirmación: la ratificación del TCE es una cuestión política y nada más.

Hegel y la apuesta por Europa
El TCE no sería más que un texto farragoso si se le aísla de las “variables de entorno” que lo determinan. Eso sería hacer metafísica, considerar que el TCE es el precipitado de alguna “esencia” inmutable sobre la que hay que decidir desde un plano teórico alejado de la realidad históricamente determinada. Pero no es así. El TCE es el resultado de un proceso dialéctico que se inicia con el Tratado de Roma hace más de medio siglo. Durante décadas, ese proceso ha producido sucesivos saltos cualitativos a medida que la acumulación de Estados miembros, leyes, disposiciones y situaciones políticas novedosas iban generando contradicciones que necesitaban ser superadas.
Así, el Tratado de Roma dio lugar a la Comunidad Económica Europea con seis países iniciales. Después el Tratado de la UE con doce países; continuó el Acta Única y Maastricht con quince miembros que llevó a la Unidad Económica y Monetaria. Posteriormente, los Tratados de Ámsterdam y Niza alumbran la Europa de 25 Estados. Ahora le toca el turno del Tratado de la Constitución Europea con la perspectiva de 28 países a corto plazo. Y el proceso, sin duda alguna, continuará.
Y es que la energía que anima la maquinaria de la unificación europea está lejos de agotarse porque es consecuencia de las condiciones objetivas en las que se desarrolla. La complejidad creciente de las sociedades postindustriales y la situación geopolítica creada tras el hundimiento del bloque soviético imponen nuevas condiciones para la viabilidad de las comunidades políticas. En primer lugar, es evidente que las necesidades del desarrollo técnico y económico han dejado en evidencia la inviabilidad de los pequeños Estados-nación y se hacen necesarias construcciones supranacionales autocentradas, cuyo desarrollo teórico ya fue elaborado hace décadas por el Premio Nobel de Economía Francois Perroux. En segundo lugar, la globalización capitalista y la geopolítica unipolar impuesta por la hegemonía norteamericana tras la caída del Muro de Berlín lleva inexorablemente a agudizar las contradicciones entre las distintas oligarquías económicas por el reparto de la tarta del comercio mundial. Tarde o temprano, el enfrentamiento interimperialista en un mundo multipolar será inevitable. Este es el contexto “hegeliano” que mueve el proceso de unificación europea. No ser consciente de esto es arriesgarse a no entender nada.
En este proceso, los pueblos europeos nos jugamos el ser o no ser. Así de sencillo. Y esta es la cuestión, apostar por Europa o decidir otro camino. Camino que, dicho sea de paso, nadie es capaz de explicarnos. La razón es sencilla: No hay "otra Europa" que la actual UE, el modelo que se ha afianzado allá donde sus construcciones alternativas y rivales fracasaron, tanto la soviética, fraguada en torno a los ya desaparecidos Comecon y Pacto de Varsovia, como la británica, que apostaba por una mera área de libre comercio en torno a la fallecida EFTA. Cualquier otra Europa que pudiéramos desear sólo puede llegar, si somos realistas, desde la actual UE. Dicho de otra manera, la única alternativa a la UE acreditada por la experiencia es la propia UE, a través de la presión interna que empuja en cada coyuntura a más profundizaciones. Por ello, no hay más europeísmo POLÍTICO consecuente que aquél que favorezca el proceso y eso significa votar a favor del TCE el próximo 20 de febrero.

¿Qué significa el TCE?
Lo más importante del TCE es la consagración de la ciudadanía europea como sujeto que conformará, en el futuro, un auténtico pueblo europeo y, no menos importante, que se otorgue a la UE personalidad jurídica y política propia por encima de los Estados miembros. Quien no vea en esto las primeras etapas de la construcción de un incipiente Estado europeo es posible que no capte la importancia de lo que se decide el 20 de febrero.
Por vez primera en la historia, desde el Tratado de Roma, el diseño de una Europa política va por delante de la económica. En efecto, el aumento de peso del Parlamento Europeo que pasa a colegislar el 95% de los asuntos; la Carta de Derechos Fundamentales que vinculará jurídicamente, no sólo a las instituciones comunitarias, sino también a los Estados; y la iniciativa popular (Art. I-47) por la que un millón de ciudadanos podrán instar a Bruselas a legislar ¿no representan avances significativos?
Cierto que aún el Parlamento no podrá elegir con total libertad al Ejecutivo, pero ese déficit democrático durará hasta que los europeístas acaben con la resistencia de daneses, británicos y estonios. Otro elemento esencial de este Tratado es el que, al menos, mantiene la eficacia en el funcionamiento de la Unión para 25 socios, como consecuencia de la última ampliación. En realidad, ésa fue una de las causas principales que motivó la redacción de un nuevo tratado. Los Tratados de Amsterdam y Niza habían fracasado en diseñar las reformas institucionales necesarias para acoger a una decena nueva de aspirantes y hacían imposible, en la práctica, la toma de decisiones en una Unión de 25 Estados miembros.
El TCE extiende las decisiones por mayoría cualificada hasta el 95% de las materias (y aún serían más de no haber mediado el sabotaje británico), de modo que aleja el peligro del veto continuo. Amplía las posibilidades de establecer "cooperaciones reforzadas" entre quienes deseen avanzar más deprisa y diseña cooperaciones estructuradas para el caso especial de la defensa. La Comisión mantiene el monopolio de la iniciativa en los asuntos donde lo tenía, y su presidente acrecienta competencias. Por otro lado, la nueva figura del ministro de Exteriores tendrá mando en plaza sobre los ministros del ramo, cuantiosos recursos presupuestarios y el apoyo de un cuerpo diplomático común.

Las críticas no justifican el NO
Los partidarios del No a este Tratado se dividen en dos grandes bloques. Los que se oponen a la construcción europea abiertamente y aquellos que, siendo sinceramente europeístas, se sienten decepcionados con el contenido formal del mismo, principalmente en dos asuntos capitales: la defensa y lo social. El problema es que el debate sobre estos ejes también ha sido pervertido con medias verdades, inexactitudes y falsedades.
Inventan, por ejemplo, que la Constitución propugna la subordinación de la defensa a la OTAN. Es una completa falsedad. Existe en el TCE el compromiso de los Estados miembros "a mejorar progresivamente sus capacidades militares" (Art. I-41), entre otras cosas, mediante una Agencia Europea del Armamento, que permita evitar duplicaciones entre los 25 Ejércitos y dedicar recursos a cubrir carencias graves como la de satélites o medios de transporte. Tampoco se entrega a la OTAN el encargo de defender a Europa, sino que se establece que la Unión "respetará" las obligaciones contraídas por los que también sean miembros de la Alianza (Art. I-41), lo que ya figuraba en el Tratado de Amsterdam. Se profundiza en la vía de una defensa estrictamente europea al instituirse una nueva cláusula de solidaridad (todos se obligan a ayudar al Estado que sea objeto de un "agresión armada"), mejor que la del artículo quinto del Tratado de Washington (OTAN) porque se desarrolla automáticamente, sin consultas previas ni unanimidades. Otra cosa es que el avance a una política exterior y de defensa siga rigiéndose por la unanimidad, debido una vez más a la postura británica. Pero hay cláusulas "pasarelas" para reconducirla hacia la mayoría cualificada. Es cuestión de tiempo.
Respecto al tema social, a muchos nos habría gustado llegar más lejos. Pero como ha demostrado Dominique Strauss-Kahn en su Carta abierta a los niños europeos, todo lo que hay en el TCE referido a los temas económicos ya estaba en los anteriores tratados y "lo que añade" el actual "son los objetivos sociales y medioambientales, el principio de igualdad, las referencias a estos termómetros de izquierda que son el desarrollo sostenible o el comercio justo". Nadie puede negar que el nuevo texto establece esos objetivos, solemniza las cumbres sociales y consagra en la Carta los derechos sociales y los servicios públicos. Pero quizás, lo más significativo sea la aparentemente modesta cláusula transversal (Art. III-117) por la que toda nueva ley y toda nueva acción concreta de la UE deberán perseguir el aumento del empleo, la lucha contra la exclusión y un alto nivel de formación. Por supuesto que se puede ser más o menos exigente en la aplicación de esta cláusula, pues el tratado constitucional es un marco global, no un recetario, y todo dependerá de las tendencias ideológicas de las mayorías futuras.
Seamos rigurosos. De prosperar los argumentos contrarios a la ratificación, no habrá una Europa alternativa, sino que se volvería al Tratado de Niza. Además, para mayor sarcasmo, la vuelta a Niza supondría en esencia mantener la parte III del TCE (en su mayoría, compendio de tratados ya en vigor y que tanto critican los partidarios del NO) y eliminar las partes I y II, justamente las dedicadas a los valores, los principios, los objetivos y los derechos. Es decir, los elementos genuinamente nuevos, más políticos y democráticos, que son el verdadero valor añadido de este tratado constitucional.
Para colmo, el NO sólo podría ser rentabilizado políticamente por los llamados “euroescépticos” y su corriente hegemónica tradicional, el chovinismo antieuropeo, y no por su componente bienintencionada social-federal. Y resulta evidente que es imposible que del antieuropeísmo pueda emanar una Europa alternativa.
En cambio, la ratificación del TCE significará un salto cualitativo en el proceso de construcción hacia una Europa-potencia que necesariamente deberá luchar por su supervivencia frente al imperialismo hegemónico y las potencias emergentes. Y eso significa abrir la Historia a todas las posibilidades imaginables.

Juan A. Aguilar es el portavoz oficial del MSR

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar)

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar) A PESAR DE ELLOS… SÍ A EUROPA (Juan A. Aguilar)

El próximo día 20 de febrero los españoles acudirán a refrendar el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa (TCE). Durante estos meses previos de debate, la principal dificultad ha sido poder centrar la cuestión dentro de coordenadas estrictamente políticas. Lamentablemente, desde todos los sectores se ha falseado dicho debate político al mezclarlo con cuestiones filosóficas, religiosas, ideológicas, cuando no con situaciones de política interior absolutamente coyunturales. Por tanto, vaya por delante nuestra primera afirmación: la ratificación del TCE es una cuestión política y nada más.

Hegel y la apuesta por Europa
El TCE no sería más que un texto farragoso si se le aísla de las “variables de entorno” que lo determinan. Eso sería hacer metafísica, considerar que el TCE es el precipitado de alguna “esencia” inmutable sobre la que hay que decidir desde un plano teórico alejado de la realidad históricamente determinada. Pero no es así. El TCE es el resultado de un proceso dialéctico que se inicia con el Tratado de Roma hace más de medio siglo. Durante décadas, ese proceso ha producido sucesivos saltos cualitativos a medida que la acumulación de Estados miembros, leyes, disposiciones y situaciones políticas novedosas iban generando contradicciones que necesitaban ser superadas.
Así, el Tratado de Roma dio lugar a la Comunidad Económica Europea con seis países iniciales. Después el Tratado de la UE con doce países; continuó el Acta Única y Maastricht con quince miembros que llevó a la Unidad Económica y Monetaria. Posteriormente, los Tratados de Ámsterdam y Niza alumbran la Europa de 25 Estados. Ahora le toca el turno del Tratado de la Constitución Europea con la perspectiva de 28 países a corto plazo. Y el proceso, sin duda alguna, continuará.
Y es que la energía que anima la maquinaria de la unificación europea está lejos de agotarse porque es consecuencia de las condiciones objetivas en las que se desarrolla. La complejidad creciente de las sociedades postindustriales y la situación geopolítica creada tras el hundimiento del bloque soviético imponen nuevas condiciones para la viabilidad de las comunidades políticas. En primer lugar, es evidente que las necesidades del desarrollo técnico y económico han dejado en evidencia la inviabilidad de los pequeños Estados-nación y se hacen necesarias construcciones supranacionales autocentradas, cuyo desarrollo teórico ya fue elaborado hace décadas por el Premio Nobel de Economía Francois Perroux. En segundo lugar, la globalización capitalista y la geopolítica unipolar impuesta por la hegemonía norteamericana tras la caída del Muro de Berlín lleva inexorablemente a agudizar las contradicciones entre las distintas oligarquías económicas por el reparto de la tarta del comercio mundial. Tarde o temprano, el enfrentamiento interimperialista en un mundo multipolar será inevitable. Este es el contexto “hegeliano” que mueve el proceso de unificación europea. No ser consciente de esto es arriesgarse a no entender nada.
En este proceso, los pueblos europeos nos jugamos el ser o no ser. Así de sencillo. Y esta es la cuestión, apostar por Europa o decidir otro camino. Camino que, dicho sea de paso, nadie es capaz de explicarnos. La razón es sencilla: No hay "otra Europa" que la actual UE, el modelo que se ha afianzado allá donde sus construcciones alternativas y rivales fracasaron, tanto la soviética, fraguada en torno a los ya desaparecidos Comecon y Pacto de Varsovia, como la británica, que apostaba por una mera área de libre comercio en torno a la fallecida EFTA. Cualquier otra Europa que pudiéramos desear sólo puede llegar, si somos realistas, desde la actual UE. Dicho de otra manera, la única alternativa a la UE acreditada por la experiencia es la propia UE, a través de la presión interna que empuja en cada coyuntura a más profundizaciones. Por ello, no hay más europeísmo POLÍTICO consecuente que aquél que favorezca el proceso y eso significa votar a favor del TCE el próximo 20 de febrero.

¿Qué significa el TCE?
Lo más importante del TCE es la consagración de la ciudadanía europea como sujeto que conformará, en el futuro, un auténtico pueblo europeo y, no menos importante, que se otorgue a la UE personalidad jurídica y política propia por encima de los Estados miembros. Quien no vea en esto las primeras etapas de la construcción de un incipiente Estado europeo es posible que no capte la importancia de lo que se decide el 20 de febrero.
Por vez primera en la historia, desde el Tratado de Roma, el diseño de una Europa política va por delante de la económica. En efecto, el aumento de peso del Parlamento Europeo que pasa a colegislar el 95% de los asuntos; la Carta de Derechos Fundamentales que vinculará jurídicamente, no sólo a las instituciones comunitarias, sino también a los Estados; y la iniciativa popular (Art. I-47) por la que un millón de ciudadanos podrán instar a Bruselas a legislar ¿no representan avances significativos?
Cierto que aún el Parlamento no podrá elegir con total libertad al Ejecutivo, pero ese déficit democrático durará hasta que los europeístas acaben con la resistencia de daneses, británicos y estonios. Otro elemento esencial de este Tratado es el que, al menos, mantiene la eficacia en el funcionamiento de la Unión para 25 socios, como consecuencia de la última ampliación. En realidad, ésa fue una de las causas principales que motivó la redacción de un nuevo tratado. Los Tratados de Amsterdam y Niza habían fracasado en diseñar las reformas institucionales necesarias para acoger a una decena nueva de aspirantes y hacían imposible, en la práctica, la toma de decisiones en una Unión de 25 Estados miembros.
El TCE extiende las decisiones por mayoría cualificada hasta el 95% de las materias (y aún serían más de no haber mediado el sabotaje británico), de modo que aleja el peligro del veto continuo. Amplía las posibilidades de establecer "cooperaciones reforzadas" entre quienes deseen avanzar más deprisa y diseña cooperaciones estructuradas para el caso especial de la defensa. La Comisión mantiene el monopolio de la iniciativa en los asuntos donde lo tenía, y su presidente acrecienta competencias. Por otro lado, la nueva figura del ministro de Exteriores tendrá mando en plaza sobre los ministros del ramo, cuantiosos recursos presupuestarios y el apoyo de un cuerpo diplomático común.

Las críticas no justifican el NO
Los partidarios del No a este Tratado se dividen en dos grandes bloques. Los que se oponen a la construcción europea abiertamente y aquellos que, siendo sinceramente europeístas, se sienten decepcionados con el contenido formal del mismo, principalmente en dos asuntos capitales: la defensa y lo social. El problema es que el debate sobre estos ejes también ha sido pervertido con medias verdades, inexactitudes y falsedades.
Inventan, por ejemplo, que la Constitución propugna la subordinación de la defensa a la OTAN. Es una completa falsedad. Existe en el TCE el compromiso de los Estados miembros "a mejorar progresivamente sus capacidades militares" (Art. I-41), entre otras cosas, mediante una Agencia Europea del Armamento, que permita evitar duplicaciones entre los 25 Ejércitos y dedicar recursos a cubrir carencias graves como la de satélites o medios de transporte. Tampoco se entrega a la OTAN el encargo de defender a Europa, sino que se establece que la Unión "respetará" las obligaciones contraídas por los que también sean miembros de la Alianza (Art. I-41), lo que ya figuraba en el Tratado de Amsterdam. Se profundiza en la vía de una defensa estrictamente europea al instituirse una nueva cláusula de solidaridad (todos se obligan a ayudar al Estado que sea objeto de un "agresión armada"), mejor que la del artículo quinto del Tratado de Washington (OTAN) porque se desarrolla automáticamente, sin consultas previas ni unanimidades. Otra cosa es que el avance a una política exterior y de defensa siga rigiéndose por la unanimidad, debido una vez más a la postura británica. Pero hay cláusulas "pasarelas" para reconducirla hacia la mayoría cualificada. Es cuestión de tiempo.
Respecto al tema social, a muchos nos habría gustado llegar más lejos. Pero como ha demostrado Dominique Strauss-Kahn en su Carta abierta a los niños europeos, todo lo que hay en el TCE referido a los temas económicos ya estaba en los anteriores tratados y "lo que añade" el actual "son los objetivos sociales y medioambientales, el principio de igualdad, las referencias a estos termómetros de izquierda que son el desarrollo sostenible o el comercio justo". Nadie puede negar que el nuevo texto establece esos objetivos, solemniza las cumbres sociales y consagra en la Carta los derechos sociales y los servicios públicos. Pero quizás, lo más significativo sea la aparentemente modesta cláusula transversal (Art. III-117) por la que toda nueva ley y toda nueva acción concreta de la UE deberán perseguir el aumento del empleo, la lucha contra la exclusión y un alto nivel de formación. Por supuesto que se puede ser más o menos exigente en la aplicación de esta cláusula, pues el tratado constitucional es un marco global, no un recetario, y todo dependerá de las tendencias ideológicas de las mayorías futuras.
Seamos rigurosos. De prosperar los argumentos contrarios a la ratificación, no habrá una Europa alternativa, sino que se volvería al Tratado de Niza. Además, para mayor sarcasmo, la vuelta a Niza supondría en esencia mantener la parte III del TCE (en su mayoría, compendio de tratados ya en vigor y que tanto critican los partidarios del NO) y eliminar las partes I y II, justamente las dedicadas a los valores, los principios, los objetivos y los derechos. Es decir, los elementos genuinamente nuevos, más políticos y democráticos, que son el verdadero valor añadido de este tratado constitucional.
Para colmo, el NO sólo podría ser rentabilizado políticamente por los llamados “euroescépticos” y su corriente hegemónica tradicional, el chovinismo antieuropeo, y no por su componente bienintencionada social-federal. Y resulta evidente que es imposible que del antieuropeísmo pueda emanar una Europa alternativa.
En cambio, la ratificación del TCE significará un salto cualitativo en el proceso de construcción hacia una Europa-potencia que necesariamente deberá luchar por su supervivencia frente al imperialismo hegemónico y las potencias emergentes. Y eso significa abrir la Historia a todas las posibilidades imaginables.

Juan A. Aguilar es el portavoz oficial del MSR

"SUPEREMBRIONES" (Miguel Ángel Loma)

"SUPEREMBRIONES" (Miguel Ángel Loma) “SUPEREMBRIONES”

Es incomprensible que a estas alturas de la evolución humana algunos sigan empeñados en ponerle puertas al campo de los avances liberadores de la ciencia, y peor aún, es que encima se les preste atención. Hay que ver la que nos están dando últimamente con el tema de la experimentación con embriones humanos: que si han de tener un determinado número de días, que si no han de estar pasados de fecha, que si habría que contar con el consentimiento de los supuestos “padres”, que si la investigación debe hacerse de forma muy controlada... Por no citar las objeciones de todos esos ayatolas fundamentalistas que se oponen radicalmente al asunto, alegando que los embriones son ¡seres humanos! Hasta ahí podíamos llegar. Mucha ignorancia y mucho Torquemada suelto es lo que hay. Cualquiera que tenga dos dedos de frente progresista sabe que no podemos detenernos en este tipo de disquisiciones pseudoéticas y que, de hacerles caso, todavía andaríamos pintando monigotes en las cuevas de Altamira, a mano y sin spray.
Este tema de los embriones debemos afrontarlo con apertura de criterio y con la misma sensibilidad científica con la que tratamos una muestra de heces o de orina (en realidad, no creo que los embriones, por muy humanos que sean, difieran mucho de esos otros elementos orgánicos y además, seguro que olerán mejor). Lo ideal sería que cuando la ciencia haya demostrado la viabilidad en el desarrollo de estas asociaciones celulares, su cultivo no quedase reservado a los laboratorios públicos o privados, sino que debiera democratizarse su uso para que cualquiera pudiera criar un embrión en casa, disponiendo así de sus propias piezas de recambio (por entendernos). De esta manera, no habría que importunar a nadie ni tener que esperar una lista de posibles donantes y otras molestias por el estilo.
No creo que en un futuro todo esto resulte muy difícil, sino que será cuestión de instalar bancos de embriones en todos los municipios y que estos se encarguen de su distribución, facilitando el pedigrí biológico de su procedencia (color de ojos y cabello, raza, tamaño del sexo, etc.), junto al instrumental pertinente para su cultivo y el correspondiente libro de instrucciones. Así, cada persona dispondría de un embrión en su propio domicilio, y allí mismo lo iría criando y engordando; claro que hay gente muy escrupulosa, y lo mismo esto de tener al embrión tan cerca le produce un poquillo de repelús porque no lo encuentran higiénico o porque se le pueda llenar la casa de moscas u otros insectos extraños. Bueno, en ese caso, a lo mejor sería cosa de habilitar un localito en cada comunidad de vecinos donde colocaríamos a todos los embriones, y de paso fomentaríamos las relaciones de solidaridad intervecinal; pero esto serían ya cuestiones secundarias.
Una vez que hubiéramos conseguido el pleno desarrollo de los embriones (que cuando estuvieran creciditos, y para evitar tiquismiquis moralistas, podríamos denominar “superembriones”), los mantendríamos en estado vegetativo, como en una especie de despensa sanitaria. ¿Qué nos hace falta un riñón, un hígado o una próstata? Pues ahí tenemos al superembrión, que ni siente ni padece, para extraer de él todo lo necesario. Esto del cultivo doméstico facilitaría además, el libre intercambio entre ciudadanos, tipos de familias y polígonos convencionales afectivos, sin innecesarios trámites burocráticos. Así, por ejemplo, si en un futuro de progreso un matrimonio de lesbianas que hubiese estado cultivando un par de superembriones femeninos quisiese cambiar de opción sexual, incluyendo los correspondientes apéndices orgánicos, para pasar a ser un matrimonio de homosexuales masculinos, podrían intercambiar sus superembriones femeninos por una pareja de superembriones masculinos, a través de un simple anuncio en la sección de intercambio de superembriones de la prensa local. (Bueno, esto así contado parece un lío, pero en la práctica será más fácil; aunque seguro que con el tiempo también se pueden lograr superembriones hermafroditas y nos ahorramos problemas).
Lo importante es que todo lo que signifique un avance para la humanidad sea fomentado por los gobiernos de progreso, sin detenernos ante lo que digan los moralistones de tres al cuarto, que seguro que le encuentran algún reparo a todo esto. Y además, el que no esté de acuerdo, que no los cultive y en paz; pero después que no salga diciendo que necesita un trasplante. Si por mí fuera, a todos esos que se oponen a estos maravillosos avances de la humanidad, lo primero que haría sería transplantarles el cerebro, porque lo único que demuestran con sus actitudes manifiestamente retrógradas y antiprogresistas es que carecen de una mínima sensibilidad con los seres humanos, con los auténticos seres humanos, claro; y no con los engendros celulares, ya sean de cultivo externo o de desarrollo intrauterino no deseado.
Publicado originalmente el 15 de julio de 2003.

IMPERIO ARGENTINA (José Mª García de Tuñón Aza)

IMPERIO ARGENTINA (José Mª García de Tuñón Aza) IMPERIO ARGENTINA

Todos los periódicos españoles se han preocupado muy recientemente de la actriz y cantante Imperio Argentina con motivo de su muerte, a los 92 años de edad, en la localidad malagueña de Benalmádena. Había nacido en Buenos Aires el 26 de diciembre de 1910 en el castizo barrio de San Telmo y días más tarde fue bautizada con el nombre de Magdalena Nile del Río, aunque desde siempre y para todos “he sido simplemente Malena”. Decía que fue una argentina “falluta”, porque no le gustaba la carne y eso era casi pecado en su país. Así de sincera se expresaba, este mito del cine grande de la copla y muy posiblemente la última tonadillera de la canción española, en sus MEMORIAS publicadas en el año 2001 y en las que nos cuenta cómo conoció a José Antonio Primo de Rivera, además de confesarnos que durante la guerra civil se afilió a Falange.
Imperio Argentina llegó a España, acompañada de toda su familia, en 1923 después de haber conocido en Buenos Aires al Nobel Jacinto Benavente que fue quien le pondría el nombre de Imperio Argentina porque él creía que una mujercita de doce años no podía seguir llamándose Petite Imperio que era hasta entonces su nombre artístico.
- TE VOY A DAR UNA SORPRESA- le decía Jacinto Benavente al padre de Imperio Argentina-, A VER SI TE GUSTA. LO MEJOR QUE PUEDE LLAMARSE ESTA NIÑA ES CON MIS DOS PASIONES ARTÍSTICAS: PASTORA IMPERIO Y ANTONIA MERCÉ, LA ARGENTINA. CANTA TAN BIEN COMO UNA Y BAILA TAN BIEN COMO LA OTRA; POR TANTO, QUE SE LLAME IMPERIO ARGENTINA.
Pasados algunos años la familia de la tonadillera se establece en Madrid, en la calle Marqués de Cubas, muy próxima a la residencia de la familia Primo de Rivera, donde vivía el joven José Antonio. POR CIERTO QUE – escribe Imperio Argentina- JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA ERA EN AQUEL ENTONCES UN CHICO GUAPÍSIMO. CUANDO APARECÍA POR LA CALLE, LO HACÍA SIEMPRE MUY BIEN VESTIDO, APUESTO. TENÍA LA ARROGANCIA DE LA JUVENTUDD Y A LA VEZ CIERTA PRESTANCIA DE CABALLERO. ERA MUY SEDUCTOR EN SUS MANERAS DE COMPORTARSE. NOS GUSTÁBAMOS Y ÉL ME CORTEJABA A LA MANERA DE AQUEL TIEMPO, PASEANDO ANTE MI PUERTA, DIRIGIÉNDOME MIRADAS FURTIVAS CON ALGO DE PICARDÍA. POR MI PARTE, YO LE SONREÍA DESDE EL BALCÓN; A VECES LE SALUDABA MUY DISPUESTA Y OTRAS EN CAMBIO ME AZORABA Y CASI NO ME SALÍA UNA PALABRA... ERAN JUEGOS DE ADOLESCENTE, PERO JUEGOS INOCENTES, PROPIOS DE UN TIEMPO EN EL QUE LAS RELACIONES AMOROSAS NECESITABAN DE MUCHOS PASOS PREVIOS. NI QUE DECIR TIENE QUE ENTRE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y YO NO HUBO MÁS CONTACTO QUE ALGÚN ROCE CASUAL Y CASI FURTIVO, PERO QUE A MÍ ME SERVÍA PARA SENTIRME MAYOR DE LO QUE ERA.
Estas palabras sinceras de la artista y llenas de nostalgia sirvieron para que sus editores se unieran al pelotón que sigue dedicándose a falsificar la historia en torno a José Antonio, porque en la contraportada de las MEMORIAS escriben que sólo había una mujer en el mundo que pudiera presumir de haber sido amada por José Antonio Primo de Rivera, aunque no le correspondiese, cuando la realidad ha sido otra como muy bien ha dejado patente la propia Imperio Argentina que en otro momento de sus MEMORIAS, y recordando los primeros momentos de nuestra guerra civil, añade: EN ESA ÉPOCA FUE CUANDO FLORIÁN (Florián Rey, su marido) Y YO NOS AFILIAMOS A FALANGE ESPAÑOLA. NO ENTENDÍA NADA DE POLÍTICA NI PODÍA COMPRENDER LO QUE ESTABA OCURRIENDO EN ESPAÑA NI CÓMO ERA POSIBLE QUE LOS HERMANOS SE HICIERAN LA GUERRA ENTRE SÍ. SIN EMBARGO, TENÍA ADMIRACIÓN POR JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA COMO POETA, Y SOBRE TODO LE TENÍA SIMPATÍA POR AQUEL INOCENTE COQUETEO DE JUVENTUD.
Los restos de esta mujer, que también destacó por su simpatía y sinceridad, descansan ahora en el Cementerio Internacional de Benalmádena muy cerca del mar, junto a su hermana y su hija Alejandra, desde el pasado 24 de agosto y de todos los que escribieron sobre su muerte nadie recordó que Imperio Argetina había estado afiliada a Falange Española.
Publicado originalmente el 1º de septiembre de 2003.

LA CAJA DE PANDORA (Rafael Ibáñez Hernández)

LA CAJA DE PANDORA (Rafael Ibáñez Hernández) LA CAJA DE PANDORA, ABIERTA

La irresponsabilidad de los dirigentes políticos parece proporcionalmente inversa a su poder, una regla que en absoluto concuerda con el “deber ser”. La historia está llena de ejemplos que corroboran mi aserto, como también —para qué negarlo— de otros que lo desdicen. Pero lo cierto es que en los últimos decenios resulta difícil encontrar grandes hombres entre los dirigentes de las naciones. Algunos nombres están ligados a hechos sin duda trascendentes, pero generalmente las sombras amenazan la memoria de su obra trascendentes (como la independencia de antiguas colonias o los primeros pasos para la construcción de una nueva Europa) o, en el fondo, sólo han recogido los frutos de un árbol caído por otros plantado o aún germinado de manera natural (sería el caso de la reunificación alemana).
La tarea que han asumido los últimos dirigentes de la potencia rusa —desde los estertores de la antigua URSS hasta la construcción de la nueva Rusia— no ha sido desde luego nada fácil, y harto han hecho con mantener su nave a flote aunque sin derrota segura. En cambio, los presidentes norteamericanos no han sido capaces —en una coyuntura sin duda alguna favorable para su Imperio— sino de dar bandazos a diestro y siniestro, como torpes adolescentes incapaces de controlar su propia fuerza, hasta el punto de invadir pequeños países para detener a dirigentes políticos por ellos mismos impuestos cuando han desoído la voz de Washington.
El relativo éxito de operaciones como la mencionada —que significó el derrumbamiento del nacionalismo radical panameño— y la innegable provocación de un nuevo aunque no reciente peligro bajo la forma de integrismo islámico —una infección que ha encontrado su cultivo político ideal en la llaga de Palestina— llevó a los presidentes norteamericanos a una serie de desastres a cada cual peor, camino de una conflagración de todavía incalculables magnitudes. La indefensión del sha de Persia supuso la instauración del primer régimen islámico, espejo en el que otras naciones —cuyos dramas ignoramos por su alejamiento de nuestras coordenadas occidentales, como es el caso de Sudán— han tratado de reflejarse para desgracia de sus súbditos. Reconocido el error al producirse la crisis de la Embajada en Teherán, alentaron las brasas de un conflicto postcolonial que tuvo su primer episodio en la guerra irano-iraquí, dando alas al régimen baasista —que creía de veras en su independencia— para que repitiese la experiencia años más tarde contra los territorios de la monarquía feudal kuwaití. Fue entonces Sadam Hussein reprimido, pero la administración Bush calculó los riesgos y no fue más allá, mientras se mantenían otros anacronismos políticos en la zona, como el poderío saudí, los emiratos y el Yemen unificado (¿alguien recuerda que hubo allí una guerra civil?).
El terrible atentado del 11 de septiembre de 2001 —un episodio más de la misma guerra— llevó a los Estados Unidos a un paroxismo nacionalista sin precedentes. Abierta la veda contra el aparato responsable de aquella masacre, los Estados Unidos ocuparon militarmente Afganistán para derribar un régimen islamista levantado con su ayuda cuando la antigua Unión Soviética hizo lo propio para impedir la radicalización del islamismo en sus repúblicas fronterizas. La supuesta victoria militar, sin embargo, no supuso la consecución ni de los objetivos primarios (la detención de Ben Laden y la destrucción de Al-Qaeda) ni de los secundarios (la instauración en paz de un régimen conforme los democráticos occidentales). Su fracaso es fruto de una mera torpeza, pero la gravedad de sus consecuencias es aún incalculable.
Por si no fuera suficiente el derribo del régimen laico comunista afgano para comprobar el riesgo del islamismo y la práctica imposibilidad de su transformación en regímenes más acordes con los valores occidentales que Estados Unidos dice defender, una sarta de mentiras tan bien manejadas como mal calculadas ha llevado a la ocupación de Iraq. Lo que se presentó como una guerra rápida provocó la desaparición de la tiranía sadamita. Pero, lejos de instaurarse la libertad y la paz, los desórdenes y las guerrillas van adueñándose del país. La soberbia del pequeño Bush le ha cegado y sólo ahora —temeroso de que el desierto se lleve tantas vidas como la selva cochinchina— reclama la intervención internacional.
La Caja de Pandora está abierta y, mientras el conflicto palestino gangrena el Mediterráneo oriental, algunos políticos europeos se afanan por hurgar en la nueva herida. Algunos con muy escaso tacto, como es el caso de “nuestro” Aznar, que se ha visto obligado por la lógica de los sucesos a prescindir de un distintivo para nuestras fuerzas de ocupación en el que destacaba la insignia de Santiago Matamoros, cuya raigambre en la tradición militar española es tan innegable como su inoportunidad. Eso sí: la unidad militar allá destacada recibirá el nombre de Alhucemas en conmemoración de la victoria contra las tropas rifeñas en aquella bahía, nombre que permanecerá ligado a los de Primo de Rivera, Franco o Sanjurjo. Me alegra el reconocimiento tanto como me sorprende. Podían haber escogido Roncesvalles (donde en una hoy extraña alianza combatientes vascones —hispanos, pues— derrotaron las huestes francas que hostigaron a los musulmanes de Zaragoza) o Algeciras (españolización, al parecer, de Al Yaziira); pero no, eligieron una victoria sobre soldados rifeños de fe musulmanas. Y pretenden que los españoles sean recibidos en territorio chiita como libertadores.
Lo dicho: la Caja de Pandora ha caído en manos de unos indocumentados.

Publicado originalmente el 15 de septiembre de 2003.

EDUCACIÓN Y PATRIOTISMO (Manuel Parra Celaya)

EDUCACIÓN Y PATRIOTISMO (Manuel Parra Celaya) EDUCACIÓN Y PATRIOTISMO

¿SE PUEDE EDUCAR EN EL PATRIOTISMO? Si entendemos por educación el esfuerzo por perfeccionar al ser humano en todas sus facetas, de forma integral, contradiciendo en lo necesario la naturaleza, estaremos de acuerdo en que el patriotismo es una de esas facetas en las que puede incidir la labor del educador.
Apuntemos también de forma señalada lo de “contradecir la naturaleza”, fundamento de una educación intencional y no roussoniana; el patriotismo (a diferencia del nacionalismo, su antónimo, y del patrioterismo, su caricatura) no es el “sentido” de forma espontánea, del mismo modo que la “patria” no surge de la nada; igual que esta, para existir, precisa de una tarea colectiva ilusionante, acometida por un pueblo, el patriotismo (identificación con las tareas históricas que han configurado y configuran una patria) requiere un esfuerzo de inteligencia (comprender) y de voluntad (querer), auténticos caminos para el sentimiento (amar).
Por ello, es tan fácil, tan “natural” o “inmediato”, encaminar hacia el nacionalismo, y es tan arduo educar hacia el patriotismo, del mismo modo que es fácil que los niños jueguen en el recreo pero es costoso que aprendan matemáticas.
La educación patriótica en España adoptó, antaño, un aire conservador o tradicional: aquellos libros de los primeros veinte años del siglo pasado en los que el adulto enseñaba al niño a venerar estatuas de ilustres patricios o se insistía en la gesta de Guzmán el Bueno o en la Campaña de Huesca, componían, si se quiere, una visión estética y “estática”, puramente histórica, del patriotismo. La Dictadura de Primo de Rivera alteró algo este enfoque, procurando que lo “regeneracionista”, lo renovador de futuro, se uniera a lo tradicional, pero sin alterar mucho el dedo del ilustre patricio... La II República siguió, paradójicamente, el mismo camino, aunque el patricio de marras se tocara con gorro frigio.
El franquismo se volcó en palabras de educación patriótica, aunque los hechos quedaron prácticamente circunscritos a su “obra predilecta” (y peor dotada, que tod hay que decirlo), que fue el Frente de Juventudes; desde esta institución sí se presentaba un patriotismo de nuevo cuño, que intentaba unir pasado (historia), presente (unidad, impulso, juventud) y futuro (revolución). Sin embargo, esta nueva versión educativa se llevó a cabo con cierta intensidad entre los jóvenes afiliados a sus organizaciones de voluntarios (Falanges Juveniles, OJE) y algo a través de la denostada asignatura de formación política (FEN hasta los años 60, Educación Cívico-Social y Política a partir de esa fecha), entre la indiferencia de la Enseñanza, tanto estatal como privada.
Indiferencia que no era más que un reflejo de una sociedad en la que el patriotismo, en general, era vivido como un tópico oficial, salvo en ámbitos concretos y reducidos. Puede argumentarse en contra de esta última afirmación, pero lo evidente es que la sociedad española afrontó el reto de la transición hacia un nuevo régimen, a partir de 1975, con unas claras insuficiencias en valores patrióticos. Ya sé que esto contradice, de nuevo, dos lugares comunes muy extendidos, a saber: que existía una identificación exclusiva de patriotismo con el franquismo y que fue precisamente el alto nivel “patriótico” el que permitió el tránsito pacífico a la democracia; el primero cae por su propio peso, no sólo en contradicción abierta con el segundo, sino por negar que se diera el patriotismo en los no franquistas...
Lo cierto es que la transición evidenció dos aspectos lamentables: la falta de patriotismo real en la sociedad (a pesar de los multitudinarios 20-N en la plaza de Oriente, todo se desmoronó como un castillo de naipes) y la consideración de lo español como un valor marginal, asignado a la “extrema derecha” y proscrito por su “peligrosidad” para los designios del “cambio”. Como factor sobresaliente debe mencionarse, en cambio, el auge de los “elementos diferenciadores” de las Autonomías, elevados hasta su grado sumo en lectura nacionalista, con carta de naturaleza “políticamente correcta”, auspiciados y bendecidos desde todas las instancias, en detrimento de cualquier asomo de “lo español” que no se centra en la Corona y en la Constitución del 78. Todo ello es ya muy sabido y denunciado ¡en nuestros días! por gran parte de los que contribuyeron, por acción o por omisión a ese estado de cosas.
El régimen democrático se caracterizó, así, por menospreciar lo esencial (España) y pretender sustituirlo por lo accidental (forma de gobierno, ley), mientras la población sufría un auténtico acoso y derribo de sus sedimentos patrióticos, que encontraban únicamente su sublimación y válvula de escape en los éxitos o fracasos de la Selección de fútbol.
En el ámbito de la Enseñanza y los medios de difusión especialmente se ha hecho evidente la proscripción del patriotismo, hasta el punto de que es posible afirmar rotundamente que, después de casi treinta años de propaganda e influjo (que no “educación”) democrática y nacionalista, aquí casi nadie puede “salir patriota”, salvo que este talante le provenga de herencia familiar (minoritaria), por un peculiar formación intelectual autodidacta o por una rebeldía, consciente o inconsciente, contra el Sistema y todo lo que él representa.
Son evidentes los esfuerzos del PP (en sus momentos de mayoría absoluta y con extremo cuidado) para contrarrestar extravíos nacionalista; lamentablemente, muchos de estos esfuerzos quedan en lo meramente folclórico (gigantescas banderas) o en un campo ideológico reducido e insuficiente a todas luces (el “patriotismo constitucional”, por otra parte importación de los socialistas).
PARA LOS QUE CREEMOS EN LO ESPAÑOL COMO INTERPRETACIÓN DEL MUNDO Y COMO ESTILO, A LA MANERA ORTEGUIANA, LA SITUACIÓN DE DETERIORO Y MARGINACIÓN DEL PATRIOTISMO Y DE SU POSIBLE EDUCACIÓN REVISTE UN TONO DE ESPERANZA: EL PATRIOTISMO DEL FUTURO TENDRÁ UNAS CARACTERÍSTICAS O CONNOTACIONES QUE LO DIFERENCIARÁN CLARAMENTE DEL NACIONALISMO Y DEL PATRIOTERISMO: REBELDÍA CONTRA UN ORDEN ESTABLECIDO; POR LO TANTO, MÁS PROPIO DE LO JUVENIL; APERTURA, POR PROPIA DEFINICIÓN, HACIA HORIZONTES QUE SOBREPASEN LAS FRONTERAS, Y FUNDAMENTACIÓN INTELECTUAL, MÁS ALLÁ DEL “SENTIMIENTO”.
EL SIGUIENTE RETO ES EDUCAR EN ESE PATRIOTISMO A LAS SEGUNDAS GENERACIONES DE LOS “NUEVOS ESPAÑOLES”, COMO VEHÍCULO IDEAL PARA LA INTEGRACIÓN... PERO ESTE ES OTRO TEMA.
Publicado originalmente el 29 de septiembre de 2003.