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LND Especial Referéndum Constitución Europea

EDITORIAL: Una oportunidad para opinar

EDITORIAL: Una oportunidad para opinar

EDITORIAL: Una oportunidad para opinar

En su Barómetro de Enero, el CIS ha publicado la última encuesta oficial sobre el referéndum del próximo día 20 de febrero, arrojando unos datos sobre los que se ha aplicado la conveniente sordina. Y es que el nivel de conocimiento en torno al Tratado por el que se establece una Constitución para Europa [TCE] es insuficientemente conocido: hasta un 90’9 por ciento de los encuestados manifiesta tener un conocimiento insuficiente de su contenido, de los cuales un tercio reconoce su ignorancia más absoluta. Achacan la responsabilidad de esta ignorancia fundamentalmente al Gobierno y a los partidos políticos, aunque una gran parte reconoce su particular desinterés por el asunto. Con estos datos en la mano, se confirma la máxima según la cual los referéndum se convocan para ganarlos porque un 51 por ciento de los encuestados —mágica cifra— se inclina por votar afirmativamente, suponemos que siguiendo el contundente razonamiento de Los del Río y Los Morancos, prototipos de “intelectualidad popular”. Mientras, apenas un 5’7 por ciento tendría, según estos datos, decidido su voto contrario al TCE. A simple vista, parece que todo el pescado está vendido; pero no es así. Junto a quienes tienen previsto abstenerse y votar en blanco, más de un tercio no parece haber decidido a estas alturas otorgar su voto para alguna de las dos opciones lógicamente computables.
Podríamos hablar de evidente fracaso de la campaña institucional destinada a fomentar la participación en la consulta si dicha campaña hubiese existido. Pero no ha sido así, puesto que los millones invertidos por el Gobierno han sido tendenciosamente empleados para inclinar el fiel de la balanza hacia el voto afirmativo. La información no ha sido precisamente abundante ni convenientemente articulada, algo sumamente necesario dada la apatía popular hacia la cuestión planteada, salvo que el propósito de las autoridades fuera pasar por el trámite como sobre ascuas.
Pese a ello, la falacia nominal del texto sobre el que se nos consulta se ha hecho pública inmediatamente. Lo que es meramente un Tratado internacional se presenta ante el cuerpo electoral como una Constitución que, si fuera tal, adolecería de graves defectos. La decisión de la clase política se ha antepuesto a la opinión del sujeto constituyente, que desde el punto de vista demoliberal —el supuesto punto de vista del propio TCE— no es otro que el pueblo, cuya voluntad política ha sido supuestamente interpretada por una Convención y, en último término, las autoridades gubernamentales de cada uno de los Estados afectados. De esta manera, un instrumento diseñado conforme a los parámetros precisos para regular las relaciones interestatales se convertirá en el marco político-jurídico de las relaciones sociales que todos los europeos nos habremos “dado a nosotros mismos”, recayendo sobre los ciudadanos la suprema responsabilidad sin comerlo ni beberlo.
Si el sujeto histórico será, pese a todo, responsable de cuanto ocurre en la futura articulación de Europa, no cabe que los individuos actúen como si esta guerra no fuera con ellos. Entre quienes aún no han decidido su participación o no en la consulta del próximo domingo, un exiguo 3’3 por ciento lo justifica con el castigo al Gobierno, acaso tratando de hacerle pagar las ruedas de molino con las que nos pretende hacer comulgar —con laica lógica— día a día; su propia debilidad manifiesta lo inapropiado de la oportunidad. Más preocupante es, sin duda alguna, el 42’7 por ciento que argumenta falta de interés, porque a estas alturas resulta muy difícil excitar la curiosidad por un proceso político de tamaña trascendencia. Pese a ello, cabe aún apelar a la responsabilidad individual en esta empresa colectiva. Difícilmente tendrá derecho a protestar quien no haya mostrado interés, quien haya dejado las decisiones en manos de otros. La abulia del que se deja arrastrar por la corriente le aboca a perecer.
Sorprendentemente, entre quienes aún no tienen decidido si acudirán a los colegios electorales dentro de unas horas los hay que se muestran en desacuerdo con el TCE. ¿Cuál es el problema, entonces? Normalmente, quien no está de acuerdo con lo que se le propone, se opone, al menos por aquello de que “quien calla, otorga”. El temor a las consecuencias de un triunfo de la opción contraria al TCE atenaza a estos votantes, incapaces de asumir su responsabilidad por el pavor que en sus conciencias han inoculado la “eurocracia” y demás artífices del Sistema. El miedo es libre, pero no nos exime de cumplir con nuestras obligaciones. Aún es tiempo de sopesar pros y contras, hasta el momento mismo de introducir el sobre en la urna. Y si lo que se nos ofrece no nos satisface suficientemente, ¿a cuento de qué aceptarlo?
La carencia de información sobre el TCE y las consecuencias del referéndum es el otro gran argumento de quienes todavía se plantean permanecer ociosamente en sus casas el día 20. Más allá de la responsabilidad que al respecto compete a autoridades y políticos, cada uno de los convocados para expresar su conformidad o discrepancia con el TCE deberíamos hacer un último esfuerzo para obtener argumentos sobre los que basar su última decisión. Exponemos esta exigencia con toda la contundencia de la que somos capaces como conciudadanos; pero —al mismo tiempo—, conscientes de nuestro papel, aportamos aquello de que disponemos para que el empeño no resulte excesivamente gravoso. En este mismo sitio puede consultar el lector —desde hace ya tiempo— el texto del TCE, recogiendo en este número especial de LND los autorizados criterios de representantes de distintas posiciones ante la consulta del próximo día 20 de febrero. Recopilaciones y resúmenes más amplios ya han publicado otros medios. Sea ésta nuestra una última intervención de urgencia para que ninguno de nuestros lectores se quede sin manifestar su opinión el domingo.

CINCO MISTERIOS (Dalmacio Negro)

CINCO MISTERIOS (Dalmacio Negro)

CINCO MISTERIOS

Lo normal sería examinar el texto llamado constitucional. Pero, sin necesidad de hojearlo, en el presente caso hay al menos cinco razones para votar “no” o abstenerse de votar, rechazando como tercera posibilidad el votar en blanco, que sería una forma ingenua de prestar asentimiento. Hay tal acumulación de misterios en torno a la Constitución europea, que hace sospechar de los fines que persigue la oligarquía política que controla el consenso socialdemócrata. Entre ellos los cinco siguientes.
El primer misterio consiste en que se llame pomposamente Constitución a lo que, jurídicamente, como es público y notorio, no es más que Tratado entre Estados. La única explicación de buena fe es que se haya hecho así inicialmente por imprudencia o error y luego no ha parecido prudente rectificar. La explicación política es que los gobiernos —la oligarquía partidocrática— quieran engañar con esa denominación a los pueblos con fines inconfesables. Es posible que Francia, la nación que manda en Europa, quiera aprovechar la ocasión para que se apruebe una “Constitución” que la favorece.
El segundo misterio, pasando por alto lo anterior, consiste en que, si según la doctrina constitucionalista vigente, no puede llamarse así, dado el procedimiento seguido, lo pertinente sería llamarlo Carta otorgada en vez de Constitución según la misma doctrina. Ésta es muy clara. Una Carta otorgada es un texto preconstitucional garantizando derechos fundamentales, que las Monarquías posteriores a la revolución francesa otorgaban voluntariamente para satisfacer las presiones populares. Es un acto unilateral por parte de los Monarcas u oligarcas soberanos para tranquilizar al pueblo, pero sin contar con él. La Constitución supone en cambio que el titular de la soberanía es el pueblo. Por tanto, hubiera debido convocarse expresamente una Asamblea constituyente europea que redactase el proyecto de Constitución, Esto no se ha hecho en el presente caso, proponiéndose a sí mismos como constituyentes los oligarcas. Únicamente podría alegarse como precedente la llamada Constitución española de 1978, que, en puridad, también es una Carta otorgada.
El tercer misterio atañe a la sustancia de la libertad política. Prescindiendo de las dos gravísimas informalidades anteriores, que invalidan el texto de pleno derecho, y la injuria política a los votantes de manipular descarada y chabacanamente las palabras, la inmensa mayoría de los españoles lo desconocen y necesitarían bastante tiempo y debates públicos auténticamente libres para enterarse vagamente de su contenido. Es como el tener que firmar un contrato sin leerlo: una coacción. ¿Pero no habla continuamente la clase política de talante, juego limpio, transparencia? ¿Por qué trata a los españoles —y a los demás europeos— como súbditos cuando siempre les llama ciudadanos?
4ª El cuarto misterio es la prisa del gobierno español en convocar el referéndum y la propaganda organizada con el consentimiento de los demás partidos políticos a favor del sí, utilizando de coartada las pequeñas formaciones políticas que aseguran que aconsejarán el voto negativo. En estas condiciones, si el gobierno no es neutral y quiere el aprobado rápido, será porque le interesa a él y a la clase política aunque no le convenga a España. Si no, no tiene explicación.
5ª El quinto misterio es político. El texto que se propone es más desventajoso para España que el anterior Tratado de Niza. Aunque el gobierno ha aceptado el cambio en perjuicio de los intereses españoles, debiera ser un motivo fundamental para que todos los partidos menos los antiespañoles se opusieran. Sin embargo, hasta el Partido Popular, que consiguió el acuerdo de Niza, pedirá el sí, cuando lo propio y elegante hubiera sido manifestar su deseo de que vote libremente cada uno lo que mejor le parezca.
A estas alturas no cabe hablar de torpezas, por lo que todo esto resulta muy misterioso. Sin embargo, no hay que ser optimistas: el gobierno y sus comparsas ganarán el referéndum y lo perderá el pueblo. Pues constituye casi una ley de la naturaleza que los gobiernos, que buscan legitimarse con los referenda, nunca los pierden. Sólo queda preguntarle catilinariamente a la clase política europea en general y a la española en particular: Quosque tandem abutere patientia nostra? (¿hasta cuando abusarás de nuestra paciencia?).

Dalmacio Negro es Catedrático de Ciencia Política

UN NO DEMOCRATICO, SOCIAL Y ETICO (Carlos Javier Galán)

UN NO DEMOCRATICO, SOCIAL Y ETICO (Carlos Javier Galán)

UN NO DEMOCRÁTICO, SOCIAL Y ÉTICO (Carlos J. Galán)

El texto que, entre el general desconocimiento y una visible apatía ciudadana, se somete el domingo a referéndum —un tratado internacional al que, por estrategia política, los euroburócratas han decidido denominar Constitución—, va a merecer nuestro voto negativo. Por motivos éticos y políticos, por sentido democrático y por sentido social.
La llamada Constitución europea, prescindiendo de los brindis al sol, no deja ningún resquicio abierto, efectivo, real, a la democracia participativa. La primera democracia históricamente fue la democracia directa, mientras que las democracias formales que actualmente conocemos —meramente representativas y de partidos— nacieron, entre otros motivos, para dar solución a los problemas de una elevada población. Pero las nuevas tecnologías y una serie de realidades sociales emergentes facilitarán la demanda de una nueva democracia, la democracia del mañana. Los redactores del tratado han pensado más en blindar el negocio de los políticos actuales que en dejar puertas abiertas a una Europa del futuro donde los ciudadanos pudiéramos ver reconocida nuestra mayoría de edad política y en la que no siempre necesitemos tutores e intermediarios interesados.
Pero no sólo resulta que la Constitución europea no ha previsto ningún horizonte ambicioso, de más y mejor democracia. Es que ni siquiera ha trasladado a las instituciones comunitarias el limitadísimo esquema de los modelos nacionales. El parlamento europeo carecerá de iniciativa legislativa propia. El Consejo —órgano no elegido democráticamente por los ciudadanos— colegislará. En un debate reciente público, el representante socialista me recordaba que hasta ahora era aún peor, que el parlamento aumenta levemente su capacidad con este tratado. Ciertamente es así, pero no debemos conformarnos y, como es la primera vez que se dignan preguntarnos, no podemos avalar semejante modelo y entregar un cheque en blanco para que se siga haciendo política de espaldas a los ciudadanos.
La Constitución europea regula con detalle —hasta el aburrimiento a lo largo de centenares de artículos— todos los aspectos que interesan a los poderes económicos del continente, todo lo relacionado con lo que suele denominarse con ese eufemismo de “libre mercado”: la política monetaria, la política aduanera, la circulación de mercancías, la circulación de capitales, el establecimiento de empresas, el mundo financiero... Se eleva a rango constitucional una visión económicamente neoliberal, que prima por encima de las legislaciones nacionales, condicionadas por este imperativo mercantilista. Sin embargo, cuando se abordan los derechos sociales, no se pasa de la más pura generalidad y, además, expresamente se subordina “a la diversidad de prácticas nacionales” y a “la necesidad de mantener la competitividad de la economía de la Unión”. Seguirá habiendo un mercado único, pero no habrá un espacio social europeo.
El tratado no proclama el derecho a un trabajo digno al menos como desideratum, sino que se refiere al “derecho a trabajar” y a la “libertad para buscar un empleo”. No proclama la igualdad de mujer y hombre como un principio, sino como un objetivo que “deberá garantizarse”. No se impone un modelo de seguridad social público, sino una vaga posibilidad de acceso a prestaciones, que podrán ser privadas. No hay un inequívoco derecho universal a la salud que haya de ser garantizado por los poderes públicos, sino el ambiguo derecho a “acceder a la prevención sanitaria”. La nueva norma de la UE no considera que el pleno empleo sea un objetivo social, pensando en las personas, sino que adopta una visión puramente instrumental, cuyo objetivo es conseguir “mano de obra cualificada, formada, adaptable” para las empresas... Para qué seguir. Hasta los más moderados socialdemócratas deberían sonrojarse anta tan indisimulada exhibición de economicismo sin la más elemental sensibilidad social.
No hay que tener miedo a apostar por el voto negativo, a pesar del bombardeo mediático. Hace algunos meses, en una tertulia en torno a la Constitución europea en Madrid, manifestaba que la situación propagandística, el europeísmo acomplejado tan en boga, me recordaba enormemente a ese cuento de Andersen titulado “El traje nuevo del Emperador” (basado, por cierto, en el relato medieval de “Los hacedores de paño” de nuestro don Juan Manuel, porque España ya era Europa hace muchos siglos). El monarca se paseaba desnudo entre las multitudes, embaucado por unos pícaros. Le habían hecho creer que le habían confeccionado un traje mágico que sólo los tontos no veían. Nadie se atrevía a pasar por tonto y todo el mundo se deshacía en elogios hacia el inexistente traje, excepto un niño que destapó la evidencia: el rey va desnudo. Nos proponen una Constitución donde todo el que no ve sus maravillas, sus potencialidades, sus ventajas, es un antieuropeo y un retrógrado. Pero quizá tengamos que ser como ese niño aguafiestas y atrevernos a correr el riesgo de decir que el contenido de esta concreta Constitución es realmente infumable y que nos merecemos otra Europa diferente. A pesar de las advertencias apocalípticas del Gobierno, créannos: si saliera el “no”, no pasaría nada malo. Ni España quedaría fuera de Europa ni la Unión Europea se desintegraría. No perderían España ni Europa, como insistentemente asegura el Presidente del Gobierno. Perdería él una apuesta política pero, la verdad, la suerte de Rodríguez Zapatero no nos quita mucho el sueño. Y recibiría una llamada de atención la clase política de Bruselas por parte de los ciudadanos, pero eso, lejos de ser algo negativo, es, en este momento, una medida de elemental higiene política.
No son éstas, ni mucho menos, todas las causas para el “no”. Existe un amplio catálogo. Pero las aquí apuntadas pueden bastar para que el domingo apostemos por otro modelo de Europa. Una Europa de los ciudadanos y no sólo de los europolíticos. Una Europa unida en torno a valores y no sólo a intereses económicos. La Europa de las personas.

Carlos Javier Galán es concejal de Falange Auténtica

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar)

A PESAR DE ELLOS... SI A EUROPA (Juan Antonio Aguilar)

A PESAR DE ELLOS… SÍ A EUROPA (Juan A. Aguilar)

El próximo día 20 de febrero los españoles acudirán a refrendar el Tratado por el que se instituye una Constitución para Europa (TCE). Durante estos meses previos de debate, la principal dificultad ha sido poder centrar la cuestión dentro de coordenadas estrictamente políticas. Lamentablemente, desde todos los sectores se ha falseado dicho debate político al mezclarlo con cuestiones filosóficas, religiosas, ideológicas, cuando no con situaciones de política interior absolutamente coyunturales. Por tanto, vaya por delante nuestra primera afirmación: la ratificación del TCE es una cuestión política y nada más.

Hegel y la apuesta por Europa
El TCE no sería más que un texto farragoso si se le aísla de las “variables de entorno” que lo determinan. Eso sería hacer metafísica, considerar que el TCE es el precipitado de alguna “esencia” inmutable sobre la que hay que decidir desde un plano teórico alejado de la realidad históricamente determinada. Pero no es así. El TCE es el resultado de un proceso dialéctico que se inicia con el Tratado de Roma hace más de medio siglo. Durante décadas, ese proceso ha producido sucesivos saltos cualitativos a medida que la acumulación de Estados miembros, leyes, disposiciones y situaciones políticas novedosas iban generando contradicciones que necesitaban ser superadas.
Así, el Tratado de Roma dio lugar a la Comunidad Económica Europea con seis países iniciales. Después el Tratado de la UE con doce países; continuó el Acta Única y Maastricht con quince miembros que llevó a la Unidad Económica y Monetaria. Posteriormente, los Tratados de Ámsterdam y Niza alumbran la Europa de 25 Estados. Ahora le toca el turno del Tratado de la Constitución Europea con la perspectiva de 28 países a corto plazo. Y el proceso, sin duda alguna, continuará.
Y es que la energía que anima la maquinaria de la unificación europea está lejos de agotarse porque es consecuencia de las condiciones objetivas en las que se desarrolla. La complejidad creciente de las sociedades postindustriales y la situación geopolítica creada tras el hundimiento del bloque soviético imponen nuevas condiciones para la viabilidad de las comunidades políticas. En primer lugar, es evidente que las necesidades del desarrollo técnico y económico han dejado en evidencia la inviabilidad de los pequeños Estados-nación y se hacen necesarias construcciones supranacionales autocentradas, cuyo desarrollo teórico ya fue elaborado hace décadas por el Premio Nobel de Economía Francois Perroux. En segundo lugar, la globalización capitalista y la geopolítica unipolar impuesta por la hegemonía norteamericana tras la caída del Muro de Berlín lleva inexorablemente a agudizar las contradicciones entre las distintas oligarquías económicas por el reparto de la tarta del comercio mundial. Tarde o temprano, el enfrentamiento interimperialista en un mundo multipolar será inevitable. Este es el contexto “hegeliano” que mueve el proceso de unificación europea. No ser consciente de esto es arriesgarse a no entender nada.
En este proceso, los pueblos europeos nos jugamos el ser o no ser. Así de sencillo. Y esta es la cuestión, apostar por Europa o decidir otro camino. Camino que, dicho sea de paso, nadie es capaz de explicarnos. La razón es sencilla: No hay "otra Europa" que la actual UE, el modelo que se ha afianzado allá donde sus construcciones alternativas y rivales fracasaron, tanto la soviética, fraguada en torno a los ya desaparecidos Comecon y Pacto de Varsovia, como la británica, que apostaba por una mera área de libre comercio en torno a la fallecida EFTA. Cualquier otra Europa que pudiéramos desear sólo puede llegar, si somos realistas, desde la actual UE. Dicho de otra manera, la única alternativa a la UE acreditada por la experiencia es la propia UE, a través de la presión interna que empuja en cada coyuntura a más profundizaciones. Por ello, no hay más europeísmo POLÍTICO consecuente que aquél que favorezca el proceso y eso significa votar a favor del TCE el próximo 20 de febrero.

¿Qué significa el TCE?
Lo más importante del TCE es la consagración de la ciudadanía europea como sujeto que conformará, en el futuro, un auténtico pueblo europeo y, no menos importante, que se otorgue a la UE personalidad jurídica y política propia por encima de los Estados miembros. Quien no vea en esto las primeras etapas de la construcción de un incipiente Estado europeo es posible que no capte la importancia de lo que se decide el 20 de febrero.
Por vez primera en la historia, desde el Tratado de Roma, el diseño de una Europa política va por delante de la económica. En efecto, el aumento de peso del Parlamento Europeo que pasa a colegislar el 95% de los asuntos; la Carta de Derechos Fundamentales que vinculará jurídicamente, no sólo a las instituciones comunitarias, sino también a los Estados; y la iniciativa popular (Art. I-47) por la que un millón de ciudadanos podrán instar a Bruselas a legislar ¿no representan avances significativos?
Cierto que aún el Parlamento no podrá elegir con total libertad al Ejecutivo, pero ese déficit democrático durará hasta que los europeístas acaben con la resistencia de daneses, británicos y estonios. Otro elemento esencial de este Tratado es el que, al menos, mantiene la eficacia en el funcionamiento de la Unión para 25 socios, como consecuencia de la última ampliación. En realidad, ésa fue una de las causas principales que motivó la redacción de un nuevo tratado. Los Tratados de Amsterdam y Niza habían fracasado en diseñar las reformas institucionales necesarias para acoger a una decena nueva de aspirantes y hacían imposible, en la práctica, la toma de decisiones en una Unión de 25 Estados miembros.
El TCE extiende las decisiones por mayoría cualificada hasta el 95% de las materias (y aún serían más de no haber mediado el sabotaje británico), de modo que aleja el peligro del veto continuo. Amplía las posibilidades de establecer "cooperaciones reforzadas" entre quienes deseen avanzar más deprisa y diseña cooperaciones estructuradas para el caso especial de la defensa. La Comisión mantiene el monopolio de la iniciativa en los asuntos donde lo tenía, y su presidente acrecienta competencias. Por otro lado, la nueva figura del ministro de Exteriores tendrá mando en plaza sobre los ministros del ramo, cuantiosos recursos presupuestarios y el apoyo de un cuerpo diplomático común.

Las críticas no justifican el NO
Los partidarios del No a este Tratado se dividen en dos grandes bloques. Los que se oponen a la construcción europea abiertamente y aquellos que, siendo sinceramente europeístas, se sienten decepcionados con el contenido formal del mismo, principalmente en dos asuntos capitales: la defensa y lo social. El problema es que el debate sobre estos ejes también ha sido pervertido con medias verdades, inexactitudes y falsedades.
Inventan, por ejemplo, que la Constitución propugna la subordinación de la defensa a la OTAN. Es una completa falsedad. Existe en el TCE el compromiso de los Estados miembros "a mejorar progresivamente sus capacidades militares" (Art. I-41), entre otras cosas, mediante una Agencia Europea del Armamento, que permita evitar duplicaciones entre los 25 Ejércitos y dedicar recursos a cubrir carencias graves como la de satélites o medios de transporte. Tampoco se entrega a la OTAN el encargo de defender a Europa, sino que se establece que la Unión "respetará" las obligaciones contraídas por los que también sean miembros de la Alianza (Art. I-41), lo que ya figuraba en el Tratado de Amsterdam. Se profundiza en la vía de una defensa estrictamente europea al instituirse una nueva cláusula de solidaridad (todos se obligan a ayudar al Estado que sea objeto de un "agresión armada"), mejor que la del artículo quinto del Tratado de Washington (OTAN) porque se desarrolla automáticamente, sin consultas previas ni unanimidades. Otra cosa es que el avance a una política exterior y de defensa siga rigiéndose por la unanimidad, debido una vez más a la postura británica. Pero hay cláusulas "pasarelas" para reconducirla hacia la mayoría cualificada. Es cuestión de tiempo.
Respecto al tema social, a muchos nos habría gustado llegar más lejos. Pero como ha demostrado Dominique Strauss-Kahn en su Carta abierta a los niños europeos, todo lo que hay en el TCE referido a los temas económicos ya estaba en los anteriores tratados y "lo que añade" el actual "son los objetivos sociales y medioambientales, el principio de igualdad, las referencias a estos termómetros de izquierda que son el desarrollo sostenible o el comercio justo". Nadie puede negar que el nuevo texto establece esos objetivos, solemniza las cumbres sociales y consagra en la Carta los derechos sociales y los servicios públicos. Pero quizás, lo más significativo sea la aparentemente modesta cláusula transversal (Art. III-117) por la que toda nueva ley y toda nueva acción concreta de la UE deberán perseguir el aumento del empleo, la lucha contra la exclusión y un alto nivel de formación. Por supuesto que se puede ser más o menos exigente en la aplicación de esta cláusula, pues el tratado constitucional es un marco global, no un recetario, y todo dependerá de las tendencias ideológicas de las mayorías futuras.
Seamos rigurosos. De prosperar los argumentos contrarios a la ratificación, no habrá una Europa alternativa, sino que se volvería al Tratado de Niza. Además, para mayor sarcasmo, la vuelta a Niza supondría en esencia mantener la parte III del TCE (en su mayoría, compendio de tratados ya en vigor y que tanto critican los partidarios del NO) y eliminar las partes I y II, justamente las dedicadas a los valores, los principios, los objetivos y los derechos. Es decir, los elementos genuinamente nuevos, más políticos y democráticos, que son el verdadero valor añadido de este tratado constitucional.
Para colmo, el NO sólo podría ser rentabilizado políticamente por los llamados “euroescépticos” y su corriente hegemónica tradicional, el chovinismo antieuropeo, y no por su componente bienintencionada social-federal. Y resulta evidente que es imposible que del antieuropeísmo pueda emanar una Europa alternativa.
En cambio, la ratificación del TCE significará un salto cualitativo en el proceso de construcción hacia una Europa-potencia que necesariamente deberá luchar por su supervivencia frente al imperialismo hegemónico y las potencias emergentes. Y eso significa abrir la Historia a todas las posibilidades imaginables.

Juan A. Aguilar es el portavoz oficial del MSR

EUROPA SI, PERO NO ASI (Francisco Torres García)

EUROPA SI, PERO NO ASI (Francisco Torres García)

EUROPA SÍ, PERO NO ASÍ

¿Tendremos el valor de intentar cambiar un diseño ajeno al ser de Europa y a nuestras raíces cristianas o simplemente lo aceptaremos bajo la absurda premisa de que no cabe otra alternativa si Europa quiere tener futuro? Ésta es la gran pregunta que se plantea el 20-F. No está en juego la continuidad del proceso de convergencia, sino el modelo de Europa que queremos.
El Tratado Constitucional, realizado por y para las elites políticas, diseña una Europa federal, con decisiones centralizadas en una superestructura burocrática, diluyente de las entidades nacionales, basada en meros parámetros macroeconómicos, reductora de los derechos sociales, alejada de los ciudadanos, sin límites geográficos definidos, con una identidad asentada sólo en los valores del texto constitucional, reductora del hecho religioso a lo privado y lo cultural, alentadora e impulsora del laicismo, protectora de modelos plurifamiliares, impulsora de instituciones autónomas difícilmente controlables, vulneradora del esencial principio de la subsidiariedad. Es la Europa que huye del concepto de asociación y cooperación entre Estados para subordinarlos al ente de la Unión. Una Europa que alentará desigualdades internas y se desarrollará en función de los intereses del eje franco-alemán, sin el que nada es posible y sin el que nada es viable; subordinada en materia de defensa a la OTAN y que asume el concepto de guerra preventiva; sin grandes avances en la articulación de una política exterior común. Será la Europa del laicismo, el consumismo, el relativismo, el individualismo y la globalización. No es lógico invocar que el Tratado es positivo porque viene a poner fin a los enfrentamientos de Europa, porque esa es una realidad superada. Lo permanente es la crisis de Europa como espacio de identidad. Recordemos que Schuman, Monnet, De Gasperi sólo veían posible superar esa crisis si Europa era consecuente con sus raíces cristianas. El Tratado se aleja de esa vía para llevarnos a una orilla casi antitética.
El 20-F, votaremos no porque no nos gusta esa Europa, porque queremos otra Constitución que asiente los valores y principios de la Unión en la ley natural y la moral objetiva, que se edifique a partir de la colaboración y la cooperación sin buscar la desintegración de las identidades patrias, que no renuncie a sus raíces cristianas y que éstas informen su articulado. Con nuestro voto por otra Europa podemos obligar a reconducir el proyecto europeo. Votar no es, desde esta perspectiva, un valor positivo, porque nos permitirá contribuir a reconstruir Europa.

Francisco Torres García (Portavoz de Alternativa Española)

PRESENTACIÓN: Un año de La Noticia Digital

PRESENTACIÓN: Un año de La Noticia Digital

Hace aproximadamente un año por estas fechas, un reducido grupo de profesionales del Derecho, la Economía, el Periodismo y la Enseñanza, coincidentes en una serie de iniciativas como la Fundación José Antonio, la Plataforma 2003 o la Asociación Cultural “Ademán”, implicadas en la celebración del centenario del nacimiento del fundador de Falange Española, se embarcó en la aventura de lanzar un quincenal digital de actualidad y opinión, que ofertara a sus lectores potenciales una visión de la realidad circundante desde una perspectiva profundamente patriótica y social.
Desde su primera aparición, a mediados de julio del pasado año, La Noticia Digital ha acogido en sus páginas, no sólo a las personas vinculadas a este núcleo inicial, auténtico sustento doctrinal de la misma, sino también a pensadores independientes como Rafael Borrás o Pío Moa, que amablemente, y desde la diferencia ideológica, nos han cedido, durante meses, artículos para su publicación.
Igualmente, en nuestra sección de Entrevistas hemos logrado obtener la respuesta de personajes de importante repercusión pública como directores de cine, cantantes, periodistas de fama e incluso algún antiguo ministro del Partido Popular.
Pese a la enorme limitación de medios con la que contamos y las grandes dificultades de supervivencia en el plano técnico, hoy nos atrevemos a poner a vuestra disposición una recopilación de algunas de las mejores entrevistas y de los mejores artículos que os hemos hecho llegar en el último año. Sin ánimo de vanidad, creemos que son el mejor testimonio de una obra bien hecha.
Con ellos, además, iniciamos una serie de especiales monográficos con los que esperamos mejorar esta publicación que nació con vocación de servicio hacia España y los españoles.
A todos vosotros, lectores, gracias por vuestra atención y apoyo en este último año.

"SUPEREMBRIONES" (Miguel Ángel Loma)

"SUPEREMBRIONES" (Miguel Ángel Loma)

“SUPEREMBRIONES”

Es incomprensible que a estas alturas de la evolución humana algunos sigan empeñados en ponerle puertas al campo de los avances liberadores de la ciencia, y peor aún, es que encima se les preste atención. Hay que ver la que nos están dando últimamente con el tema de la experimentación con embriones humanos: que si han de tener un determinado número de días, que si no han de estar pasados de fecha, que si habría que contar con el consentimiento de los supuestos “padres”, que si la investigación debe hacerse de forma muy controlada... Por no citar las objeciones de todos esos ayatolas fundamentalistas que se oponen radicalmente al asunto, alegando que los embriones son ¡seres humanos! Hasta ahí podíamos llegar. Mucha ignorancia y mucho Torquemada suelto es lo que hay. Cualquiera que tenga dos dedos de frente progresista sabe que no podemos detenernos en este tipo de disquisiciones pseudoéticas y que, de hacerles caso, todavía andaríamos pintando monigotes en las cuevas de Altamira, a mano y sin spray.
Este tema de los embriones debemos afrontarlo con apertura de criterio y con la misma sensibilidad científica con la que tratamos una muestra de heces o de orina (en realidad, no creo que los embriones, por muy humanos que sean, difieran mucho de esos otros elementos orgánicos y además, seguro que olerán mejor). Lo ideal sería que cuando la ciencia haya demostrado la viabilidad en el desarrollo de estas asociaciones celulares, su cultivo no quedase reservado a los laboratorios públicos o privados, sino que debiera democratizarse su uso para que cualquiera pudiera criar un embrión en casa, disponiendo así de sus propias piezas de recambio (por entendernos). De esta manera, no habría que importunar a nadie ni tener que esperar una lista de posibles donantes y otras molestias por el estilo.
No creo que en un futuro todo esto resulte muy difícil, sino que será cuestión de instalar bancos de embriones en todos los municipios y que estos se encarguen de su distribución, facilitando el pedigrí biológico de su procedencia (color de ojos y cabello, raza, tamaño del sexo, etc.), junto al instrumental pertinente para su cultivo y el correspondiente libro de instrucciones. Así, cada persona dispondría de un embrión en su propio domicilio, y allí mismo lo iría criando y engordando; claro que hay gente muy escrupulosa, y lo mismo esto de tener al embrión tan cerca le produce un poquillo de repelús porque no lo encuentran higiénico o porque se le pueda llenar la casa de moscas u otros insectos extraños. Bueno, en ese caso, a lo mejor sería cosa de habilitar un localito en cada comunidad de vecinos donde colocaríamos a todos los embriones, y de paso fomentaríamos las relaciones de solidaridad intervecinal; pero esto serían ya cuestiones secundarias.
Una vez que hubiéramos conseguido el pleno desarrollo de los embriones (que cuando estuvieran creciditos, y para evitar tiquismiquis moralistas, podríamos denominar “superembriones”), los mantendríamos en estado vegetativo, como en una especie de despensa sanitaria. ¿Qué nos hace falta un riñón, un hígado o una próstata? Pues ahí tenemos al superembrión, que ni siente ni padece, para extraer de él todo lo necesario. Esto del cultivo doméstico facilitaría además, el libre intercambio entre ciudadanos, tipos de familias y polígonos convencionales afectivos, sin innecesarios trámites burocráticos. Así, por ejemplo, si en un futuro de progreso un matrimonio de lesbianas que hubiese estado cultivando un par de superembriones femeninos quisiese cambiar de opción sexual, incluyendo los correspondientes apéndices orgánicos, para pasar a ser un matrimonio de homosexuales masculinos, podrían intercambiar sus superembriones femeninos por una pareja de superembriones masculinos, a través de un simple anuncio en la sección de intercambio de superembriones de la prensa local. (Bueno, esto así contado parece un lío, pero en la práctica será más fácil; aunque seguro que con el tiempo también se pueden lograr superembriones hermafroditas y nos ahorramos problemas).
Lo importante es que todo lo que signifique un avance para la humanidad sea fomentado por los gobiernos de progreso, sin detenernos ante lo que digan los moralistones de tres al cuarto, que seguro que le encuentran algún reparo a todo esto. Y además, el que no esté de acuerdo, que no los cultive y en paz; pero después que no salga diciendo que necesita un trasplante. Si por mí fuera, a todos esos que se oponen a estos maravillosos avances de la humanidad, lo primero que haría sería transplantarles el cerebro, porque lo único que demuestran con sus actitudes manifiestamente retrógradas y antiprogresistas es que carecen de una mínima sensibilidad con los seres humanos, con los auténticos seres humanos, claro; y no con los engendros celulares, ya sean de cultivo externo o de desarrollo intrauterino no deseado.
Publicado originalmente el 15 de julio de 2003.

IMPERIO ARGENTINA (José Mª García de Tuñón Aza)

IMPERIO ARGENTINA (José Mª García de Tuñón Aza)

IMPERIO ARGENTINA

Todos los periódicos españoles se han preocupado muy recientemente de la actriz y cantante Imperio Argentina con motivo de su muerte, a los 92 años de edad, en la localidad malagueña de Benalmádena. Había nacido en Buenos Aires el 26 de diciembre de 1910 en el castizo barrio de San Telmo y días más tarde fue bautizada con el nombre de Magdalena Nile del Río, aunque desde siempre y para todos “he sido simplemente Malena”. Decía que fue una argentina “falluta”, porque no le gustaba la carne y eso era casi pecado en su país. Así de sincera se expresaba, este mito del cine grande de la copla y muy posiblemente la última tonadillera de la canción española, en sus MEMORIAS publicadas en el año 2001 y en las que nos cuenta cómo conoció a José Antonio Primo de Rivera, además de confesarnos que durante la guerra civil se afilió a Falange.
Imperio Argentina llegó a España, acompañada de toda su familia, en 1923 después de haber conocido en Buenos Aires al Nobel Jacinto Benavente que fue quien le pondría el nombre de Imperio Argentina porque él creía que una mujercita de doce años no podía seguir llamándose Petite Imperio que era hasta entonces su nombre artístico.
- TE VOY A DAR UNA SORPRESA- le decía Jacinto Benavente al padre de Imperio Argentina-, A VER SI TE GUSTA. LO MEJOR QUE PUEDE LLAMARSE ESTA NIÑA ES CON MIS DOS PASIONES ARTÍSTICAS: PASTORA IMPERIO Y ANTONIA MERCÉ, LA ARGENTINA. CANTA TAN BIEN COMO UNA Y BAILA TAN BIEN COMO LA OTRA; POR TANTO, QUE SE LLAME IMPERIO ARGENTINA.
Pasados algunos años la familia de la tonadillera se establece en Madrid, en la calle Marqués de Cubas, muy próxima a la residencia de la familia Primo de Rivera, donde vivía el joven José Antonio. POR CIERTO QUE – escribe Imperio Argentina- JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA ERA EN AQUEL ENTONCES UN CHICO GUAPÍSIMO. CUANDO APARECÍA POR LA CALLE, LO HACÍA SIEMPRE MUY BIEN VESTIDO, APUESTO. TENÍA LA ARROGANCIA DE LA JUVENTUDD Y A LA VEZ CIERTA PRESTANCIA DE CABALLERO. ERA MUY SEDUCTOR EN SUS MANERAS DE COMPORTARSE. NOS GUSTÁBAMOS Y ÉL ME CORTEJABA A LA MANERA DE AQUEL TIEMPO, PASEANDO ANTE MI PUERTA, DIRIGIÉNDOME MIRADAS FURTIVAS CON ALGO DE PICARDÍA. POR MI PARTE, YO LE SONREÍA DESDE EL BALCÓN; A VECES LE SALUDABA MUY DISPUESTA Y OTRAS EN CAMBIO ME AZORABA Y CASI NO ME SALÍA UNA PALABRA... ERAN JUEGOS DE ADOLESCENTE, PERO JUEGOS INOCENTES, PROPIOS DE UN TIEMPO EN EL QUE LAS RELACIONES AMOROSAS NECESITABAN DE MUCHOS PASOS PREVIOS. NI QUE DECIR TIENE QUE ENTRE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA Y YO NO HUBO MÁS CONTACTO QUE ALGÚN ROCE CASUAL Y CASI FURTIVO, PERO QUE A MÍ ME SERVÍA PARA SENTIRME MAYOR DE LO QUE ERA.
Estas palabras sinceras de la artista y llenas de nostalgia sirvieron para que sus editores se unieran al pelotón que sigue dedicándose a falsificar la historia en torno a José Antonio, porque en la contraportada de las MEMORIAS escriben que sólo había una mujer en el mundo que pudiera presumir de haber sido amada por José Antonio Primo de Rivera, aunque no le correspondiese, cuando la realidad ha sido otra como muy bien ha dejado patente la propia Imperio Argentina que en otro momento de sus MEMORIAS, y recordando los primeros momentos de nuestra guerra civil, añade: EN ESA ÉPOCA FUE CUANDO FLORIÁN (Florián Rey, su marido) Y YO NOS AFILIAMOS A FALANGE ESPAÑOLA. NO ENTENDÍA NADA DE POLÍTICA NI PODÍA COMPRENDER LO QUE ESTABA OCURRIENDO EN ESPAÑA NI CÓMO ERA POSIBLE QUE LOS HERMANOS SE HICIERAN LA GUERRA ENTRE SÍ. SIN EMBARGO, TENÍA ADMIRACIÓN POR JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA COMO POETA, Y SOBRE TODO LE TENÍA SIMPATÍA POR AQUEL INOCENTE COQUETEO DE JUVENTUD.
Los restos de esta mujer, que también destacó por su simpatía y sinceridad, descansan ahora en el Cementerio Internacional de Benalmádena muy cerca del mar, junto a su hermana y su hija Alejandra, desde el pasado 24 de agosto y de todos los que escribieron sobre su muerte nadie recordó que Imperio Argetina había estado afiliada a Falange Española.
Publicado originalmente el 1º de septiembre de 2003.