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GANIVET, EL GRAN OLVIDADO (Antonio Brea)

GANIVET, EL GRAN OLVIDADO (Antonio Brea) GANIVET, EL GRAN OLVIDADO

No creemos faltar a la verdad al afirmar que para la práctica totalidad de aquellos que, en este momento del año, recuerdan anualmente la desaparición de determinadas figuras emblemáticas del patriotismo español contemporáneo, pasa completamente desapercibido el correspondiente aniversario de la muerte del escritor granadino y precursor inmediato de la Generación del 98, Ángel Ganivet (1865-1898), al que vamos a rendir justo homenaje en las siguientes líneas, que a buen seguro despertarán la curiosidad de buena parte de nuestros lectores.
Al rescatar para esta página electrónica la figura del prematuramente desaparecido Ganivet, no es nuestra intención hacerlo por sus meras e indudables cualidades literarias, desarrolladas en los últimos años de su vida y demostradas en géneros tan diversos como la epístola (CARTAS FINLANDESAS ; GRANADA LA BELLA), la novela simbólica (LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA, POR EL ÚLTIMO CONQUISTADOR ESPAÑOL PÍO CID ; LOS TRABAJOS DEL INFATIGABLE CREADOR PÍO CID) o el teatro (EL ESCULTOR DE SU ALMA.)
Tampoco por su apasionante biografía. Nacido en el seno de una familia culta de tradición artesana, desarrolló una importante carrera intelectual, obteniendo la licenciatura en Derecho y el doctorado en Filosofía y Letras, con una tesis sobre el sánscrito, síntoma este último de la profunda originalidad de su carácter. Su formación académica y su talento le valieron para desarrollar una brillante carrera profesional. Primero como Bibliotecario del Ministerio de Fomento y más tarde, tras su ingreso en la carrera diplomática, como cónsul en Amberes, Helsingfors (actual Helsinki) y Riga, ciudad en la que pone fin mediante el suicidio a una grave crisis psicológica, a la que no debió ser ajena su tormentosa relación sentimental con Amelia Roldán, la madre de sus hijos, con la que nunca llegó a casarse.
El motivo por el que reivindicamos a Ganivet en este foro, es por su condición de autor de IDEARIUM ESPAÑOL (1897), un ensayo que constituye, a nuestro entender, junto al DISCURSO A LAS JUVENTUDES DE ESPAÑA, de Ramiro Ledesma y la compilación de artículos de Ramiro de Maeztu, DEFENSA DE LA HISPANIDAD, una trilogía imprescindible -inspirada desde perspectivas diferentes- para entender el pensamiento patriótico español en la Edad Contemporánea.
Como consideración inicial, podemos afirmar que IDEARIUM ESPAÑOL posee, además de su riqueza y diversidad de contenidos y de su valor como propuesta patriótica, el mérito de ser una de las primeras obras publicadas sobre el problema de nuestra identidad nacional, objeto fundamental de preocupación para las dos grandes generaciones intelectuales de principios de nuestro siglo XX, la Generación del 98 y la del 14.
La definición de dicha identidad, es por tanto, y al igual que en otros escritos de su tiempo, el eje central de la obra más conocida de Ganivet.
Para ello, el escritor granadino recurre a un concepto propio de la filosofía positivista de su época, el “espíritu territorial”, que toma prestado del mismísimo Taine, y cuyo desarrollo se halla impregnado del determinismo geográfico entonces en boga, que en los planteamientos de la pujante escuela alemana de aquellos años evolucionará desde las formulaciones iniciales de Ratzel hasta las teorías de Haushofer sobre el “espacio vital”.
Son estas digresiones sobre el “espíritu territorial” de España, la parte de IDEARIUM ESPAÑOL más coyuntural con respecto al contexto intelectual de su época, y también, por tanto, la más discutible desde contextos intelectuales posteriores. Dichas digresiones pueden sintetizarse en pocas palabras en que el carácter geográfico peninsular de nuestra nación nos impone un espíritu de independencia y aislamiento, incompatible con la política conquistadora que España llevó durante varios siglos. Precisamente, en esa perversión de nuestro auténtico “espíritu territorial” se encuentra el germen del fracaso de la política exterior de la España moderna.
No obstante, y a pesar de lo discutible de sus hipótesis sobre el “espíritu territorial”, las conclusiones a las que llega Ganivet sobre el “ser de España” son en muchos aspectos extremadamente lúcidas, a lo que no es ajeno su concepto de espíritu nacional, que trasciende la misma idea de “espíritu territorial” y que comprende, de un modo orgánico, una síntesis que abarca desde la esfera moral al arte, pasando por el ideal bélico y jurídico de la nación.
En el desarrollo de estos otros aspectos, que independientemente del “espíritu territorial” constituyen la síntesis espiritual de la nación, Ganivet nos muestra como fundamento moral de España una actitud vital que personifica idealmente en el estoicismo del filósofo hispanorromano Séneca. Textualmente Ganivet se refiere a esta cuestión en los siguientes términos:
“Toda la doctrina de Séneca se condensa en esta enseñanza: No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu: piensa, en medio de los accidentes de la vida, que tienes dentro de ti una fuerza madre, algo fuerte e indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cual giran los hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sean cuales fueren los sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos, o de los que llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos con su contacto, mantente de tal modo firme y erguido, que al menos se pueda decir siempre de ti que eres un hombre.”
Un ideal humano que nos trae reminiscencias universales que podemos hallar tanto en el IF de Kipling como en la invocación al hombre en pie en medio de las ruinas, de Evola, por poner un par de ejemplos, y que llena de sentido expresiones tan manidas como “impasible el ademán” o “inasequible al desaliento”.
En esta proyección idealizada del espíritu español, Ganivet señala otro rasgo fundamental de nuestro carácter, el gusto por la poesía y la acción, que se forja durante la Reconquista, se plasma en forma literaria en el Romancero y deriva, desde un punto de vista ideológico y religioso en un doble fenómeno; en palabras de Ganivet, “el misticismo, que fue la exaltación poética, y el fanatismo, que fue la exaltación de la acción.” Resulta evidente que en esta reivindicación conjunta de la poesía y la acción, Ganivet se anticipa en varias décadas a los ideales de una generación de jóvenes españoles, hoy vilipendiada.
Independientemente de cuál fuera su concepción ideal de España, Ganivet, al igual que las mentes más preclaras de su tiempo, era consciente de que la nación, que a punto estaba de sufrir la humillación de la pérdida de las colonias de Ultramar a manos de la rapacidad yanqui, vivía un momento especialmente crítico. Frente a ello, aventura una serie de pautas encaminadas hacia el encuentro de vías de solución, y es en este aspecto donde el pensamiento de Ganivet precede de un modo más claro al de generaciones posteriores de patriotas españoles.
Ganivet parte en principio de la idea de que todos los españoles han de ponerse al servicio de una gran empresa colectiva por encima de sus intereses particulares, formulándolo del siguiente modo:
“Cuando todos los españoles acepten, bien que sea con el sacrificio de sus convicciones teóricas, un estado de derecho fijo, indiscutible y por largo tiempo inmutable, y se pongan unánimes a trabajar en la obra que a todos interesa, entonces podrá decirse que ha empezado un nuevo período histórico.”
Una empresa colectiva que, en primer lugar, comienza mediante una regeneración espiritual de la nación: “hay que infundir nueva vida espiritual en los individuos y por ellos en la ciudad y en el Estado”.
Una empresa que ha de crear un estado de cosas nuevo y original, sin imitación de modelos extranjeros:
“España (...) tiene ahora que trabajar en una restauración política y social de un orden completamente nuevo: por tanto, su situación es distinta de las demás naciones europeas, y no debe de imitar a ninguna, sino que tiene que ser ella la iniciadora de procedimientos nuevos, acomodados a hechos nuevos también en la Historia”.
Y sin embargo, a pesar del espíritu de novedad, no puede ignorar el pasado, porque como nuestro autor afirma, “cuanto en España se construya con carácter nacional, debe de estar sustentado sobre los sillares de la tradición”.
Una empresa de salvación nacional, ante la cual el interés de los individuos vale muy poco, hasta el punto de que Ganivet afirma en una de sus citas más célebres, y en la que algunos han querido ver una profecía de la Guerra Civil, que “en presencia de la ruina espiritual de España, hay que ponerse una piedra en el sitio donde está el corazón. Y hay que arrojar aunque sea un millón de españoles a los lobos, si no queremos arrojarnos todos a los puercos”.
Una empresa que depende del esfuerzo de todos y no de un caudillaje temporal que deje de nuevo a la nación huérfana. Y en esto alcanza Ganivet cualidades proféticas cuando afirma que “un nuevo genio dictador nos utilizaría también como fuerzas ciegas, y al desaparecer, desapareciendo con él la fuerza inteligente, volveríamos a hundirnos sin haber adelantado un paso en la obra de restablecimiento de nuestro poder, que debe de residir en todos los individuos de la nación y estar fundamentado sobre el concurso de todos los esfuerzos individuales”.
Una empresa que no ha de conducirnos por los caminos de una política exterior territorialmente expansiva y agresiva, sino por los de la reunificación espiritual con los pueblos hispánicos, porque “si por el solo esfuerzo de nuestra inteligencia lográsemos reconstituir la unión familiar de todos los pueblos hispánicos, e infundir en ellos el culto de unos mismos ideales, de nuestros ideales, cumpliríamos una gran misión histórica y daríamos vida a una creación, grande, original, nueva en los fastos políticos; y al cumplir esa misión no trabajaríamos en beneficio de una idea generosa, pero sin utilidad práctica, sino que trabajaríamos por nuestros intereses, por intereses más trascendentales que la conquista de unos cuantos pedazos de territorio.”
Y no puede ser de otro modo, puesto que como Ganivet afirma, en la línea del mejor patriotismo español:
“Yo he tenido ocasión de tratar a extranjeros de diversas naciones y a hispanoamericanos, y no he podido jamás considerar a los hispanoamericanos como extranjeros.”
A este hermoso ideal nacional, podemos añadir una profunda crítica de la naturaleza íntima del capitalismo:
“Todo el progreso moderno es inseguro, porque no se basa sobre ideas, sino sobre la destrucción de la propiedad fija en beneficio de la propiedad móvil: y esta propiedad, que ya no sirve sólo para atender a las necesidades del vivir, y que en vez de estar regida por la justicia está regida por la estrategia, ha de acabar sin dejar rastro, como acabaron los brutales imperios de los medos y de los persas.”
Y aún más, una exaltación de la nobleza del trabajo:
“Nuestro desprecio del trabajo manual se acentúa más de día en día, y, sin embargo, en él está la salvación; él solo puede engendrar el sentimiento de la fraternidad, el cual exige el contacto de unos hombres con otros.”
Y todo ello casi cuatro décadas antes de que surgiera un movimiento político que asumiría como propios muchos de estos ideales, desarrollándolos en un cuerpo de doctrina.
Nos sobran razones, por tanto, para afirmar que entre aquellos que en la España de hoy tienen el coraje de proclamarse patriotas, Ángel Ganivet es el gran olvidado.

Publicado originalmente el 18 de noviembre de 2003.

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